Verano con una esquina rota

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  • “La creciente evidencia muestra que en tiempos de crisis humanitaria, las cifras de matrimonio infantil se incrementan, con un impacto desproporcionado en niñas. El matrimonio infantil no está siendo tratado adecuadamente en situaciones de crisis. Es un tema transversal que requiere una acción coordinada en todos los sectores de la primera etapa de la crisis.”
     
    Me llamo Nadine y tengo trece años. Soy de Qamishli, una ciudad que está al noroeste de Siria. O que estaba. No sé si existe Qamishli todavía. Nos fuimos un día cansados de escuchar tiros y ver cómo corría todo el mundo por las calles. Cuando murió la madre de Amira, vino mi padre y dijo ‘nos vamos mañana’. Mi madre miro por la ventana. No dijo nada, sólo miró por la ventana. Tenía el cuello girado mirando fijo el cristal. Lloraba sin hacer fuerza, con la respiración entrecortada como cuando tienes mucho miedo por la noche. Nos fuimos al día siguiente. No pude despedirme de Amira. Dejé la muñeca en la puerta de su casa para que supiese que me había acordado de ella. Subimos a un camión con todos los trastos y luego bajamos, y luego subimos... Da igual. Tanto andar, tanto andar, tanto andar. Qué cansados, qué cansados, qué cansados. No me quiero acordar de eso más. Una tarde llegamos y nos dijeron ‘aquí podéis estar’ y entramos a un cuadrado hecho con chapas metálicas. Y mi padre dijo ‘nos vamos mañana’. Y mi madre no miró por ninguna ventana porque aquí no hay. Aquí sólo hay chapas y arena. Y barro cuando llueve. Todo el rato el barro. Desde hace una año. Todo el rato barro. Las botas no cabían en mi bolsa. Me tuve que poner unos días unas zapatillas de alguien de por lo veinte años. Como mi marido.
     
    Dijo mi padre que era lo mejor para mí. Casarme. ‘Es más seguro si estás casada’, dijo. Mi madre nada. La miré cuando mi padre dijo ‘es más seguro si estás casada’ y giró la cabeza enseguida para mirar por la ventana que no tenemos. Mi madre sigue buscando la ventana de nuestra casa de Qamishli. No dijo nada de nada. No sé qué le pasa, ni cuánto tiempo hace que dejó de hablarnos. Sólo lloró un buen rato, como cuando nos fuimos de nuestra casa, así lloró. Yo me puse contenta con la boda porque, por fin, iba a estrenar un vestido. Y me dijeron que zapatos también me iban a comprar. Luego vino a la escuela esa chica, Omaima Hoshan, y nos explicó que no era bueno casarnos tan niñas porque ‘destruimos nuestro futuro’. Ella tenía quince años y enseñaba dibujo y teatro en el colegio del campo de refugiados. Y también explicaba estas cosas del ‘futuro destruido’ porque, en Za’atari, muchas niñas se casaban sin tener edad ‘legal’ para convertirse en esposas. Nos contó que su padre estaba orgulloso de que ella fuese por los colegios explicando a las niñas lo de no destruir los futuros. También nos contó que su madre la animaba mucho a luchar por los derechos de las mujeres. Le quise preguntar si en su casa tenían ventanas, pero no me atreví. No volví al colegio.
     
    ‘Para decir tonterías, pa’qué abres la boca’, me dice mi marido. El primer día después de la boda me pegó porque no sabía hacer bien el café. Le dije que sólo tenía trece años y me arreó contra la pared. Se lo conté a mi padre por la noche. No hizo nada. Y a mi madre también. Miraba a la pared mientras se lo contaba. La misma pared contra la que me había estampado yo. Ni habló. Entonces mi marido dijo al cabo de unos días ‘mañana nos vamos’. Y yo dije dónde. Y él dijo vamos a Alemania. Y le dije dónde está Alemania. Y me dijo, qué te importa. Y le dije que cómo íbamos a ir y también le pregunté si en Alemania podría ir al colegio. Y dijo que aquí ya no se va a ningún colegio. Y dijo que en Alemania había trabajo y que daban asilo a matrimonios como el nuestro. Y que ya estaba bien de preguntas que estaba harto de que abriese la boca todo el rato. Hoy me ha preguntado la médica que si estaba preocupada por algo. He ido porque me dolía mucho la barriga. Me ha explicado que tengo nervios. No le he dicho que tengo nervios porque me voy a Alemania, mi marido me ha dicho que no se me ocurra decir que nos vamos. Quería haberle contado a la médica que tenía mucho miedo por si estaba embarazada y no me he atrevido. Luego le he preguntado a mi marido si puedo decirlo a mi padre y a mi madre que nos vamos y me ha dicho que ya lo saben. Que para eso ha dado el dinero. Me he acordado de Duha, y de Huda, y Alaa, de cuando íbamos juntas al colegio en Qamishli, que todo el rato nos reíamos y decíamos qué íbamos a irnos juntas de vacaciones en verano.
     
     
    “Para las familias pobres que han perdido los medios de vida, la tierra y los hogares a causa de una crisis humanitaria, casar a su hija puede parecer la única opción para mitigar los problemas económicos mediante la reducción del número de bocas que alimentar, en algunos lugares reciben dinero por la novia.”
     
    “Los matrimonios entre hombres mayores y niñas de incluso 13 años se extienden en el campo de refugiados de Zaatari, un secarral de Jordania convertido en un hogar forzoso para 100.000 personas que huyen de la guerra civil Siria”
     
    “El alarmante repunte de los matrimonios de niñas desposadas con hombres adultos que Aldeas Infantiles SOS ha observado -y denunciado- en los campamentos de refugiados de Jordania, Líbano, Irak o Turquía ya tiene confirmación en Alemania, donde en los últimos meses se han detectado entre la ola de demandantes de asilo que llega a este país casi un millar de casos. Ese fenómeno sólo había sido detectado hasta ahora en Suecia.”
     
     
     
     
     

     

    Música cortesía de Paco Valiente, de Los Sonidos del Planeta Azul

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