He renqueado hasta hoy con la palabra, ‘acatar’.’ Obedecer’ hubiese sido un infierno para mi cerebro arado e hiperactivo en casa. Acatar me ha servido estos días, pero hoy, el acato ha empezado a resoplar como un búfalo cercado en medio del salón. Se me ha puesto a cuatro patas, con el lomo erizado (sí, sí, a mí también me ha extrañado lo del lomo, ni que fuera un gato) y ha resoplado como si estuviese de figurante en la película Bailando con Lobos, y no plantado en un salón en algún lugar del Mediterráneo. El cíbolo me ha mirado fíjamente, sin pestañear, luego ha mirado el ordenador y a renglón seguido ha vuelto a mirarme. Me ha hecho un gesto con la cabezota hacía el ordenador, y luego hacía adelante, señalándome la puerta de casa. Rápidamente me he levantado del sofá, he cogido el ordenador y aquí estoy escribiendo, en la puerta de casa, a la sombra de una mimosa, con un búfalo a los piés.
Las pulsaciones han empezado a bajar al retomar el cliclic del teclado y el búfalo también respira más tranquilo. Igual no son tan inútiles, las palabras, si han calmado a un búfalo, me he dicho... Justo ha sido escribir esto y el animal, tumbado, ha levantado la cabeza y me ha dicho: “¡Busca, busca, busca, busca... Busca palabras. Cóselas. Haz que sumen. Y no te victimices!”. He anotado bien las frases porque, si voy a hablar con un búfalo, mejor apunto sus palabras. Ah, me ha dicho, “¡Busca!”, con el mismo tono imperativo y condescendiente que empleo yo con Gioachino, el perro que paseo por la pinada, prestada también, cuando Alexander viaja y yo espero que tarde en volver. Le tiro piñas y Gioachino va por ellas o pasa de mí como quien oye llover. “¡Busca, busca, busca”, me insiste el búfalo. “Con ‘acatar’ no tienes suficiente!”, añade. Y yo busco, busco, busco, busco, busco, busco... Rebobino en mi pasado y encuentro que no es ni la primera ni la segunda vez que el suelo se horada bajo mis pies, en lo personal y en lo profesional, y que me quedo sin nada de lo tenido, sin buscarlo ni esperarlo... Busco en lo sobrevivido hasta encontrar qué hice y qué resiliencia me puedo traer de allí, ahora que el suelo horadado es el suelo del mundo entero, del mundo que conocíamos y que no sabemos cómo será después.
Busco, busco, busco, busco... Busco en mi teclado cómo coser palabras que sumen, que aporten, que ayuden, que siembren, que sanen, que cubran pieles y protejan, que acaricien, y que revoloteen sobre los miedos hasta posarse con delicadeza en las cabezas de quienes más sufren... Palabras que puedan dejarles un beso de esperanza. Busco, busco, busco... Y me encuentro la A mayúscula en el meñique izquierdo. La A de tantos principios. La A de ‘AGRADECIMIENTO’. Cierro los ojos un momento, respiro y reconecto con esa palabra. Veo por el rabillo del ojo que el búfalo sonríe ensiestado y resopla tranquilo. Y entonces noto un profundo, infinito, emocionado y casi desgarrador agradecimiento por quienes están ahí fuera trabajando para que yo pueda seguir aquí dentro, acatada, lamentando tantísimo no ser(les) de más ayuda en estos momentos. Y agradezco tener palabras y poder coserlas para decirles GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
Cierro el teclado y vuelvo dentro. El búfalo se me adelanta manso y yo lo dejo pasar. Sé que aún tengo mucho que aprender de él durante estos días. Hoy, sin ir más lejos, he aprendido a no dudar de los principios.