Ser de nadie

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  • “My name is Fereshta, known as Begum. Those who don’t identify me by my own name and call me as someone’s daughter, sister or mother, should not participate in my funeral. I live with my own identity (name) and will die with my own name and identity” Fereshta Begum
    (Advocate of the campaign wrote social media)

     

    Soy hija de Pedro y mujer de Francisco. Soy hija de Francisco, mujer de Vicente, hermana de Antonio y Manuel. Soy hija de Vicente, hermana de Joan Manuel y Vicente. Así se hubiesen presentado mi abuela Inés, mi madre Manuela, yo, así es como se nombraba a las mujeres en Afganistán: siempre en relación a un hombre de la familia. En este país estaba prohibido mostrar los nombres de las mujeres en público, era un tabú, como mostrar su pelo o su rostro. No ser nombradas significaba no existir oficialmente, no aparecer en los certificados de nacimientos de sus hijos e hijas, no poder tener una receta a su nombre para curar una enfermedad. En Afganistán todo es de los hombres: las mujeres, la descendencia, la salud, los inmuebles, los campos, las industrias, el dinero, el poder, la identidad. Todo les pertenece. Son los amos y señores de todo. Hasta los derechos poseen, por eso los administran como consideran, al margen, a veces, de los Derechos Humanos y de su propia Constitución, un texto que recibe los derecho de las mujeres como la tierra seca recibe la gota de agua. Ha sido ahora cuando el presidente Ashraf Ghani ha pedido iniciado los trámites para que la Autoridad Central de Registro Civil de Afganistán (Accra) cambie la Ley de Registro de Población y que las mujeres tengan sus nombres en las tarjetas de identificación y certificados de nacimiento de sus hijos. Tres años de campaña en redes sociales con el hashtagh #whereismyname impulsado por Laleh Osmany lo han hecho posible (te recomiendo mucho el artículo de la periodista Paula Ramos (@paula_rrb) escrito con la colaboraicón de Laleh Osmany clic-clic).

    Es cierto que tener una vida digna empieza por tener una identidad, pero, existe un ‘pero’, la preposición que anula el enunciado positivo de la frase que la antecede. Las mujeres en Afganistán podrán tener identidad, pero, seguirán siendo de los hombres. En los valles y las abruptas montañas, en las aldeas de Bamiyan, Baghlan, Faryab, Takhar, Sar-e Pol, las mujeres seguirán teniendo dueño. No es pesimismo, es una certeza incomodísima que tengo. Llevo años escribiendo artículos de opinión y nunca he escrito algo sobre las mujeres de Afganistán que me haya hecho sentir bien a largo plazo, pese al titular alentador del momento. Quienes conocen el país, y estoy cerca de quién lo conoce, saben que es así, que se han invertido millones de dólares en programas de ayuda, en campañas de educación, en promesas que supuestamente iban a devolver la dignidad a las mujeres de Afganistán. Ni el dinero, ni las acciones han llegado a las afganas, nadie ha impedido que sigan pariendo niñas que pertenecerán a un hombre y que serán tratadas como una cabra más del rebaño. Millones de mujeres en Afganistán siguen lejos de disfrutar de su autonomía personal.

    Sólo un grupo reducido de mujeres celebrarán este histórico logro en su significado más profundo. Mujeres de grandes ciudades como Kabul o Herat, las bravas que están en política jugándose la vida, las valientes periodistas con visibilidad profesional (y amenazas) y las heroicas activistas que han llevado a cabo esta campaña histórica #WhereIsMyName (con amenazadas de muerte ya). También, algunos hombres, poquísimos, que han apoyado esta campaña y se enorgullecen de pronunciar el nombre de sus madres. El resto de mujeres seguirán con sus vidas como hasta ahora. De lo leído sobre #WhereIsMyName, que empezó en 2017, hay una frase que resume mi desaliento hoy, la dice Bahar Sohaili, una de las impulsoras de la campaña, en una entrevista: “La realidad es que las mujeres no dicen nada, no protestan por esto”. Esta es la realidad. Así que, mis disculpas por este pesimismo de quien aplaude con alegría al amanecer en Twitter. Se me ha quebrado el alba mientras escribo lo que llevo semanas procrastinando para no sentir este silencio amargo. El silencio de quienes tienen derecho a ser de nadie y no lo saben. O prefieren ignorarlo porque la profunda certeza de no conseguirlo es su único horizonte. 

     

     

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