Tras años devaneándome
los hemisferios, con su correspondiente masa encefálica, después de días interminables investigando la historia del guión cinematográfico, y buscando planos de películas como un perdiguero, puedo
afirmar sin base científica ninguna que en los EEUU no ponen asas a las bolsas de
papel de la compra para que los guionistas puedan seguir escribiendo guiones
dónde pasan cosas a los personajes que las utilizan y entonces sus vidas den un giro copernicano (de guión). Me refiero a esas bolsas de
papel marrón cuadradas sin asas que dan en los supermercados
y donde meten la compra, que las llenan hasta hasta arriba siempre de manera inexplicable. Que, encima, nunca llevan una
sola, no, llevan dos: una en cada brazo. Que dices, se te van a caer, se te van a
caer, se te van a caer... Bien porque se le vencen los tallos del apio que asoman por arriba como
si llevasen una planta ornamental y casi pierde el equilibrio al pagar en caja,
y entonces alguien con carita angelical y sonrisa abierta le ayuda y ahí
empieza un historia de persecución y acoso que termina con ese alguien en el corredor
de la muerte... Bien porque se rompe la bolsa por debajo y van las latas de
cerveza de medio litro rodando por el parking del centro comercial, y el
que llevaba la bolsa es aplastado por un árbol al ir corriendo a recogerlas to'loco
porque empieza el partido de béisbol y sólo le quedaba mantequilla de cacahuete
en el frigorífico, que ya le habían advertido que era mejor no salir de casa
con por el huracán Daisy, a lo que él habría eructado como única respuesta desde
su barba poblada de restos aceitosos de chips con sabor a barbacoa...
O bien porque la caja de kellogs que
asoma por arriba de la bolsa tapándole casi la cara al guapazo de ojos claros, y que ha cogido por error con las prisas, y que no le
gusta nada porque lleva frutas del bosque que le dan un asco que pa’qué, resulta que es justo la misma caja que lleva la chica de sus sueños que está
pagando en la otra caja... Y entonces va el guapazo, paga apresurado y sale a la calle corriendo, y hace como que se
tropieza con la chica torpemente, y chocan las bolsas de ambos, y caen las dos cajas de kellogs al suelo de invierno, a cámara lenta... Y entonces suena la música melosa, y se
agachan los dos, a la vez, al mismo unísono, sincronizadas sus sístoles, y se
encuentran sus miradas así agachados, en cuclillas, jadeando, saliéndoles el
humito neoyorquino del frío de diciembre de ambas bocas como si fumaran habanos,
y se levantan a la vez, los dos, al mismo diástole, unidos forever por los kellogs,
y entonces él le susurra que es maravilloso que a los dos les
guste desayunar kellogs de frutas del
bosque... Y empieza ahí un amor basado en la mentira que termina en boda por la
iglesia y que un día se romperá desgarrado por culpa de las frutas del bosque kellogicas...
Me he acordado mucho de este pacto secreto entre los
guionistas de cine americano y los fabricantes de bolsas de papel sin asas estos días
viendo el debate de investidura en el Congreso... En vez de apio, cervezas o kellogs con frutas del bosque, los parlamentarios subían al
estrado con la realidad asomándoles por arriba de las bolsas. Se les veía sobrecargados
con la ‘compra’ hecha, sin saber por dónde coger la compleja realidad que las
urnas les han entregado. Los miraba subir y bajar de la tribuna, con los brazos llenos de realidad y
sin saber cómo asirla para llevarla mejor. No sé qué pactos secretos habrán
hecho, ni los que harán, pero, por al amor de Dior, que alguien le ponga asas a
la realidad y salga el The End de
una vez.
Esta mañana de sábado, apenas amanecido y con la legaña todavía puesta, cumplo con gusto la penitencia por no haber leído ayer este Fémur, así que es lo primero.
Pues eso, que nada más empezar a leer veo que Fani, que siempre me escribe sólo para mí, porque es un poco brujuela y adivina qué es lo que me pasa, me ha escrito un Fémur sobre bolsas autodesbordables de papel kraft -sin asas, american style-, como adivinando que en agradia.com las bolsas de papel kraft siempre son con asa.
Y con su final también les arrea a los políticos un meneo en toda la conciencia, en caso de que la tuvieran muchos de ellos y ellas, conminándolos a dejarse de pollaicas y acordar entre ellos para trabajar por los que sufrimos sus políticas. Fani no sabe, pero adivina, que en estos días estamos desvirtualizando agradia.com y necesitamos, como emprendedores sexagenarios ultrapreparados, algo cascados, empobrecidos y muy cabreados, que se pongan de acuerdo de una puta vez y nos ayuden a los de abajo más que a los del capitalismo financiero con parche en el ojo. O al menos que no jodan más.
He dicho. Vale.
Casi nunca comento tus escritos, pero no creo haber dejado de leerte desde que te sigo, un par de años, más o menos. Lo asombroso es que hasta ahora, siempre estoy de acuerdo con lo que dices. Y voy a cumplir 76 años en el próximo mayo.
Saludos.
Genial.