Radiografía de la (a)normalidad

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    Firma Invitada

    Anna Peña

    Periodista especializada en redes sociales y nuevas narrativas.

    Ahora, responsable de contenidos digitales en À Punt

     

     

    Los abrazos. Creo que es lo que llevo peor de toda esta historia. Soy muy de abrazar. Para mí es uno de los actos comunicativos más potentes, tanto, que puedes omitir palabras sueltas o todas y que se entienda todo. Son esa ciudad refugio que dura un instante y regalas a la familia que escoges y solo a ella.  Desde hace un mes y pico anoto mentalmente todos los abrazos pendientes y amenazo con repartirlos todos cuando esto pase. Sin fecha prevista.  

    La imagen que ilustra este post fue tomada en Santiago de Chile y el lema “No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema” llenó paredes durante las protestas sociales de los últimos meses. La ‘normalidad’ es un concepto que me asalta en este confinamiento imprevisto y sobrevenido. Lo normal se define como aquello “Habitual u ordinario” o “Que sirve de norma o regla” en dos de sus acepciones principales. Nuestras convenciones han saltado por los aires sin previo aviso y esto, como la acepción amplia de ‘crisis’ como sinónimo de cambio, nos debería dejar espacio para la reflexión sobre aquello que habíamos asumido como normal y puede que no lo fuera tanto. 

    Hace solo unos meses, estábamos con nuestros amigos o familia en una terraza o un bar, o simplemente juntos en casa comentando “uf, qué mal rollo lo de Years and Years”, la distopía (o visto lo visto no tanto) producida por la BBC. Hoy, ni terrazas ni encuentros y una realidad bastante asemejada a la ficción. Hemos interiorizado vivir con mascarilla, los salvoconductos en los controles sistemáticos, el metro y medio que puede ser un sitio cercano o un abismo con solo una mirada y la reclusión como algo ‘normal’. Pero sobretodo el miedo, lógico y hasta cierto punto razonable, que lo ocupa todo. 

    También las palabras. Hemos incluido en nuestro vocabulario conceptos nuevos incluso aún no forman parte de los diccionarios: pico de la curva, desescalamiento, inmunidad de grupo, confinamiento y todas las que están por venir. Todas al servicio del alud de noticias (y demasiadas no noticias) que nos asaltan al minuto. La OMS le ha puesto nombre: nuestra nueva ‘normalidad’ está condicionada por la “infodemia”: un alud de informaciones falsas que se expanden a mayor velocidad que el virus y que es mala compañera de la ‘normalidad’ del miedo. La ‘Infodemia’ como novedad y otras prácticas más tradicionales. Según denunció hace unos días Reporteros sin fronteras, el gobierno de Turkmenistán optó por eliminar el uso de la palabra “coronavirus” en los medios de comunicación estatales y documentos oficiales. Si no se nombra, no existe.  

    En estas semanas de pandemia se han abierto multitud de brechas que serán difíciles de suturar. Por ejemplo nuestros servicios públicos que están al límite y que llaman a una necesaria reflexión sobre la importancia de lo público. Otra de las más flagrantes es la brecha digital. Las videollamadas han sustituido a nuestros encuentros o hemos incorporado el teletrabajo como rutina (llamando a otra reflexión sobre la distribución del trabajo y su presencialidad) pero mucha gente ha quedado al margen: algunos por motivos económicos (seguimos teniendo los servicios más caros de internet de europa) y otros por sus habilidades. 

    Para muestra un botón. Como tantísima gente, tengo un familiar de más de 90 años en una residencia de personas mayores con la desazón añadida que conlleva en estas semanas. Mi Tia Conchin (las dos en mayúscula), tiene una ironía que me gustaría heredar y un valenciano del Camp de Túria repleto de expresiones geniales que intento apuntar a escondidas para que no se pierdan. Cuando me pilla me riñe:  "sempre estás cara a la pantalleta" me espeta con bastante razón. La última vez que nos vimos le enseñé como funcionan los filtros de Instagram y nos reímos mucho. Su teléfono es de esos que no es smartphone, tiene los números grandes y le permite que "su red social" cuando llama al teléfono fijo de su casa también le suene el móvil.

    Antes, cuando todo era ‘normal’ un dia sin avisar me llamó para “comprobar que no se te había atascado el teléfono”. No tiene WhatsApp y tiene toda la razón. Estos días sin mensajería instantánea y con las videollamadas justas que hace con ayuda del personal de la residencia que se desvive por ellas, el teléfono es su único enlace. Mientras tanto sigue con su afición por las sopas de letras, el ganchillo y la tele mientras su  ‘normalidad’ reclama las salidas a la peluquería y vernos a nosotros allí con ella. Tengo el teléfono repleto de recordatorios para que la inercia no haga que se descuelgue de nuevo. 

    Con la evolución de la pandemia se empieza a hablar sistemáticamente de la “nueva normalidad”. Vendrá con un manual de instrucciones y en un corto margen de tiempo; sin reflexión. Serán cambios profundos sobre cómo (y cuánto) trabajamos, cómo nos relacionamos con el resto de personas, a qué espacios accedemos y a cuáles no, cómo tenemos acceso a la cultura (que en estas semanas en casa hemos visto de su carácter esencial a través de libros, películas, música, plataformas y redes sociales) y también cómo nos movilizamos

    Y cuando ésta llegue, seguirá pendiente la reflexión. Puede que peque de ingenuidad, pero todo esto servirá de algo si salimos algo más humanos y con las prioridades reordenadas. Puede que no sea así y la nueva normalidad nos aísle un poco más de metro y medio y nuestro espacio común sea más estrecho que nunca. Nueva normalidad o nueva (a)normalidad. Dependerá de nosotros. 

     

     

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