“El cuerpo es la leña para mantener encendido el fuego del mercado.”
Con los millones que gana la industria de la moda, la cosmética, la publicitaria, la alimentaria y la de la cirugía estética, gracias a los cuerpos femeninos, se podría erradicar la estupidez en el mundo y aumentar, de paso, la exigua población de Polumbis (todo sobre los Polumbis aquí y aquí). En los futuros libros de historia (o lo que sea dónde se sepa qué pasó), habrá descrita una época llamada: La Era de los Mierdulares. Al igual que hubo épocas que marcaron a la humanidad como la Ilustración o el Renacimiento, pues igual sucederá con La Era de los Mierdulares, pero en chungo. Se analizará un tiempo en la historia de la humanidad en la que una mayoría, las mujeres, habrá sido insultada, vilipendiada, ofendida y machacada cada día con Mierdulares así: “Adelgaza 3 kilos en 7 días”, “Las claves de la operación bikini: dieta y entrenamiento”, “Nuevas formas de hacer abdominales que dejarán tu vientre plano”, “Eleva tus glúteos sin salir de casa”, “Combate las cartucheras”, “Siéntete a gusto de nuevo con tu cuerpo”, “Cambia tu aspecto y cambia tu vida”, “Esculpe tu cuerpo en una sesión”, “Elimina fácilmente la grasa localizada”, ¿Eres de las que no se quitan el pareo en la playa por no mostrar esos kilitos de más?”, “12 ideas para acelerar el metabolismo y perder peso más rápido”, “¡Muslos firmes! Es posible con estos sencillos y efectivos ejercicios”...
Una Era que compartirá con el Wertdievo, la época negra de la educación en España, haber vivido su apogeo en la primera década del Siglo XXI, cuanto la postverdad garabateaba los guiones de los tertulianos y la crisis había conseguido uno de sus propósitos: instalar el miedo en la población y hacerles creer que no tenían poder de decisión. La Era de los Mierdulares se estudiará como una época dominada por los geles reafirmantes, los shorts-braga-tanga, el detox, el somatonlinenoche y lo light (pronunciado lo-lai). Las futuras generaciones leerán (o lo que sea que hagan para enterarse) con espanto como, de junio a septiembre, a las mujeres del Siglo XXI se las acosaba mediáticamente para caber en un tallaje de adolescentes de 16 años genéticamente delgadas. El resto, todas gordas. Todas objetivos de La Industria. Todas susceptibles de adelgazar. Y todas, siempre, independientemente de su edad, profesión, estado emocional, o estación anual, sabiendo que tenían, SIEMPRE, unos kilos de más.
¿Por qué?... Se preguntarán quienes estudien en el año 3000 esta Era, mientras revuelven con un palito los restos óseos de una hembra de 30 años, muerta por asfixia dentro de unos jeans talla 38, encontrados en un yacimiento que la estratrigrafía demostró estar ubicado en un probador de mangozarabreskahm. ¿Por qué?... Repetirán en voz bajita, incrédulas, las futuras generaciones, mirándose a los ojos las unas a las otras con cierta tristeza... ¿Cómo pudieron soportarlo?... ¿No se dieron cuenta de cómo las manipulaban?...¿Por qué permitieron que el fomento de la belleza ganase al de la inteligencia?... ¿Por qué colaboraron directa o indirectamente con La Industria?... ¿Por qué no dejaron de consumir masivamente unos productos que no necesitaban?... ¿No eran sus vidas lo suficientemente ricas, complejas y plenas de sentido como para tener que perimetrar sus caderas año tras año?... ¿Cómo no se dieron cuenta de que todo era una burla inventada por los Señores De La Moda para tenerlas insatisfechas, luego vulnerables, infelices, y consumidoras?... ¿Cómo no prohibieron que niñas hambrientas, disfrazadas de mujeres, subieran a las pasarelas y protagonizaran anuncios dirigidas a ellas?... Las mujeres del Siglo XXI, ¿a dónde miraban que no veían lo qué les estaban haciendo?... Se preguntarán incrédulas.
Eso fue lo que pasó en la Era de los Mierdulares: demasiadas mujeres creyeron lo que les decían sobre sus cuerpos quienes no los habitaban cada día. Demasiadas mujeres creyeron que ser delgada era ser bella, que la delgadez era sinónimo de profesionalidad, de cuidado personal, de éxito, de reconocimiento, de atractivo, de meta conseguida, de estatus... Demasiadas mujeres asumieron que adelgazar era un deber. Un deber suyo, claro. Demasiadas mujeres creyeron que la belleza era un capital erótico que podían invertir a corto plazo y sacar un rendimiento mejor que el de su creatividad. Demasiadas mujeres condenaron al odio eterno a los pliegues y curvas naturales de sus cuerpos, estableciendo un diálogo interno de no aceptación, que La Industria aplaudía alborozada desde sus creativas mierdigueras (mierda + madrigueras) sentados sobre los millones ganados gracias a ese diálogo interno. En el Wertdievo, Jose Ignacio Wert, premiado con una estancia en Paris por servicios prestados al Gobierno de Mariano Rajoy, condenó a la ciudadanía a la crispación eterna educativa; en la Era de los Mierdulares, el Estado consintió que la industria condenase a las mujeres a la insatisfacción íntima, al desazón y al sentimiento de no pertenencia a aquello que más cercano les quedaba: su piel. Se preguntarán en el año 3000 por qué se protegieron especies y patrimonios en peligro de extinción y no se protegió a la mujer del acoso mediático. Y sólo La Industria tendrá la respuesta: “Porque fue muy fácil doblegarlas y más aún forrarnos a su costa”. El resto no sabrá que decir... No habrá respuesta. Y no estaremos allí para explicar cómo permitíamos que ganasen más de 500 millones de euros al año con nuestros cuerpos... Sólo en publicidad. Quizás estemos a tiempo de explicárnoslo aquí y ahora. Quizás tengamos la oportunidad hoy de acabar con los Mierdulares al grito de #ElGelReductorPaTuCerebro... Bueno, no sé... Por algo habrá que empezar.
Y de mierdular, mierdulero (adj.) : dícese de aquel que te berrea los mierdulares -sus dogmas- a la menor ocasión, dejándote claro que se cuida (el cuerpo, o la barba en representación de éste, pero no la mente) y no te encuentra deseable, no siendo necesario el conocimiento previo de las partes (ni de vista). El mierdulero tiene un elevado concepto de sí mismo y de sus maguferías, que son secretas como la receta de la coca de la tía Rosario. Tienen prohibida la entrada en San Olaf.
Gracias, paya ;-)))