Cuatro microhistorias de confinamiento

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    Pilar Almenar

    Periodista y licenciada en Ciencias Ambientales. Imparte talleres sobre 'fake news y colabora en Al Ras, la radio de À Punt.

    Proyecto "Impresas"*

     

     

    1.- Confinada, ¿reclusa?

    Entré aquí el 12 de marzo. Soy periodista, comunicarme no suele ser para mí un problema… pero estas semanas me ha costado mucho estar otra vez comunicativa. ¿Cómo dejar salir los pensamientos (y cuáles) cuando tu cerebro parece el atasco de una autopista en operación salida? Desde que empezó todo esto no hay día que no piense en nuestras compañeras redactoras del Proyecto Impresas, la revista escrita por mujeres en la prisión de Picassent en la que trabajamos desde hace dos años. Me acuerdo de ellas en ese momento en que necesito caminar… y no puedo. O cuando necesitaría profundamente un abrazo de mi madre… que no me puede dar. Cuando el único trozo de cielo que veo tiene un vidrio de por medio. O cuando me embeleso envidiando a las tórtolas y pensando: “quién fuera pájaro ahora”... ¿Has sentido esa impotencia? ¿Has tenido días de enfadarte o llorar porque sí o de reír por tonterías? ¿De necesitar abstraerte del ruido mediático y los hombres con uniforme militar? Sí, yo también. 

    Pero tú y yo estamos confinadas, no reclusas.

    Me acuerdo cuando elijo qué peli veré esta noche en mi televisión conectada a internet (internet en prisión es utopía y a veces hasta tener televisión lo es). Me lo recuerda que tengo un teléfono y un ordenador disponibles para llamar a quien quiera y absolutamente cuando quiera (ellas, una cabina telefónica, 80 minutos semanales, números restringidos y llamadas en horario limitado). Recuerdo que no soy reclusa cuando abro la nevera y elijo qué cocino y qué como (en prisiones, otro sueño, porque comen un menú cerrado). O cuando repaso la estantería con mis vinilos y mis libros favoritos... O cuando me acuesto por las noches en mi cama de matrimonio (mientras ellas duermen en una litera). 

    Sé que no estoy reclusa cuando siento la tranquilidad de pensar que aquí fuera, si enfermo, podré ir a un hospital (la asistencia sanitaria en prisiones es tremendamente limitada como denuncia la Coordinadora de Organizaciones del Entorno Penitenciario de la Comunitat Valenciana). E incluso lo recuerdo cuando caigo en la cuenta de que soy libre, también, de desobedecer el confinamiento cuando quiera (aunque no lo haré). En el fondo, nada tiene que ver mi confinamiento con el suyo, aunque este me acerque a entender qué significa vivir privada de libertades. Y aunque estar confinada sea difícil, por nuestras abismales diferencias, necesitaré respirar muy hondo de nuevo cuando vuelva a leer que “en las prisiones se vive muy bien”. 

     

    2.- Recalcular el valor de las palabras 

    Hacía tiempo que no me fijaba en el delicado valor de las palabras. En cómo inquieta la palabra “pandemia”. En cómo vibra y cómo silba la palabra “respirar”... O en cómo de redonda y de cálida es la palabra “abrazar”, como su resultado. Seguramente la A sea la primera letra que decimos en nuestra vida, incluso cuando no sabemos que existe el abecedario. Me resulta muy curioso recalcular en estos días el peso y el poder de las palabras. La manera en que el habitualmente liviano “¿cómo estás?”, se ha convertido casi en un fonendoscopio verbal que (ahora) pregunta por las constantes vitales. Y que ese “yo, bien, gracias”, devuelve al interlocutor una temperatura por debajo de 37 grados y la ausencia de tos. O quizá escuchar ese “hasta luego”, con su ‘luego’ suspendido en el aire, haciendo eco, porque aún no sabemos cómo de lejos queda. Es por eso que me molesta especialmente oír a los políticos y los medios hablar de “combatir”, “guerra” o “héroe”, porque si enfermo, no necesito la guerra: lo que quiero son “cuidados”, “escucha”, “respeto” y “comprensión”. A lo mejor es que hemos descubierto que lo que importa es el valor de la vida y no las heroicidades plásticas. 

     

    3.- Empatía 3000

    Bienvenida al manual de instrucciones de Empatía 3000, la máquina en la que se acaba de convertir. Sepa que en las próximas semanas experimentará un nuevo abanico de apegos que jamás habría imaginado. Empatía 3000 garantiza un acabado profesional en los aplausos sanitarios de las ocho de la tarde; en las lágrimas al leer la historia de un iaio que sale de la UCI; en el orgullo de clase al ver a su barrendero vaciar las papeleras; en el agradecimiento al saludar a la cajera del supermercado o en la cólera de ver a los ‘riders’ llevar hamburguesas a cualquier hora del día y sin que sus empresas les den protección ni seguro. 

    Si tiene instalada la extensión Siglo XXI comprobará además el desarrollo de Empatía hacia colectivos desprotegidos y en riesgo de exclusión, personas con diversidad funcional e incluso con su vecina de tercero, aquella que no solía soportar. 

    Pero AVISO IMPORTANTE: su nueva Empatía 3000 es una versión experimental surgida en periodo de confinamiento. Nuestro servicio técnico le advierte de que, probablemente, al terminar el Estado de Alarma, cuando salga al mercado laboral, se le bloquee la nueva Empatía 3000 y entre en modo “Sálvese quien pueda”. Para evitarlo, es crucial que active la función “Retener mis empatías” y asegúrese por favor de que sus coetáneos también lo hagan: corre el riesgo de que, si fallan todas las nuevas Empatías 3000, tampoco nadie ya empatice con usted. 

     

    4.- La no presencia 

    Era un brote vivo de rosal. Bien vivo, con sus yemas rojas. La ramita, espinosa y con raíces, estaba dentro de una anodina bolsa de plástico. Se intercambiaron clandestinamente este regalo estirando el brazo lo máximo que pudieron, como dos átomos que se repelen hasta la repugnancia. Por supuesto, sin tocarse, lo justo para que el otro alcanzase la bolsa con los dedos enfundados en guantes de látex. Intercambiaron unas palabras fugaces y a distancia. Un “¿cómo estás?”, un “¿quieres guantes?” y concluyeron con un grave “cuídate mucho” que estampó sus miradas perdidas en la acera antes de darse la vuelta y volver ambos a casa. Era de noche y aquel regalo había sido un faro, la mejor excusa para verse. Los minutos que siguieron, al menos por parte de ella, llegaron con una bola en la garganta y unas terribles ganas de llorar. Hacía casi un mes que no estaba tan cerca de alguien a quien quisiera tanto. Era su padre y no sabía cuándo volvería a verle (ni si seguiría sano para entonces). 

    Mientras subía las escaleras, tragó saliva. Cerró la puerta con llave y se confinó de nuevo en su soledad obligatoria, en ese espacio sin más seres animados que su propio cuerpo. No necesitaba vivir con alguien los 365 días del año, no deseaba renunciar a su vida, ni a su independencia, ni a su espacio. Pero acababa de comprobar el daño profundo que hace la perpetua no-presencia. Definió el vacío a su alrededor llenándolo de posibles seres respirando cerca. Imaginó de repente a sus compañeras charlando en el balcón, a su madre sonriendo de pie con unos tápers en la cocina, a sus amigos sentados alrededor de la mesa, descorchando vino, a la bebé de una amiga pintando una cartulina, tumbada en el suelo… Y sin siquiera parpadear se desvanecieron todos de repente. Sumergida de nuevo en ese silencio, la garganta ya dolía. Nadie iba a abrazarla. Para distraer el llanto, abrió Instagram: “El confinamiento es un buen momento para conocerse a una misma”, publicaban alegremente los predicadores digitales. Y el llanto vino. 

    Al día siguiente plantaría ese rosal. 

    Y sobreviviría.

     

     

    👉🏽 Aquí puedes leer la revista "Impresas", un proyecto extraordinario que ha recibido premios y reconocimiento, pero lo más importante es que ha mejorado la vida de mujeres en el Centro Penitenciario de Picassent, Valencia. Enlace a la web, clic-clic

    👉🏽 El equipo de "Impresas" está formado por Pilar Almenar, Estrella Jover, Laura Bellver, Patricia Blanco, Cristina López y Rus Martínez. Aquí las conoces más: clic-clic 

    👉🏽 #GentQueSuma en Al Ras: clic-clic

     

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