Apadrina a un cansino

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  •   "Soy de los que gustan de que se los refute cuando no dicen la verdad y de refutar a los otros cuando se apartan de ella, complaciéndome tanto en refutar como en ser refutado".

    Sócrates, en Georgias, o de la retórica

     

    Las personas que no salen bien escuchadas de sus casas son un auténtico peligro y pueden convertir algo tan mágico como la comunicación en una pesadilla para quien tiene que hablar en público. Hay mucha gente que vive sola y que no tiene quien la escuche, me dirás tú ahora. No es un asunto de soledad, te responderé yo. Uno puede aprender a escucharse a sí mismo con el mismo afecto, cariño y consideración con el que sería escuchado por otro ser humano. Así que trataré de explicar cómo afecta a la comunicación eficaz la presencia del cansino (él o ella) entre el público que asiste a una conferencia, debate, o presentación. Se le reconoce porque antes de terminar el acto ya tiene apalancado el micrófono y está perfectamente preparado para pronunciar otra conferencia si no se le quita el turno de palabra de manera elegante y rápida. También suele repreguntar tres o cuatro veces cuando ha pillao cacho argumental y es capaz de enlazar una pregunta tras otra, obstaculizando la participación de otras personas. En casos más severos intentarán demostrar científicamente que saben mas que el conferenciante sobre el tema del conferenciante, algo que hará con larguísimas frases subordinadas llegando a hacer que todo el mundo, excepto él, pierda el hilo del planteamiento. Y, al final siempre se quedará para rematar al conferenciante, bien para hacerle ver, de nuevo, lo equivocado que está respecto a este o aquel punto; bien para seguir desparramando su sabiduría convencido de que el conferenciante no puede irse a dormir sin ella.

    Tenemos, por una parte, a una persona que ha salido de su casa con una carencia emocional tipo X que va a asistir como público a una conferencia por la tarde. Por otro lado encontramos un conferenciante tipo Y, que no acaba de tener resuelto el miedo escénico, y que va a hablar en público en algún momento de esa tarde... Naniiii, naniiii, se masca la tragedia, si coinciden. O no. El miedo es un compañero de viaje conocido que cambia de maleta pero no de equipaje y del que se puede aprender mucho si se le escucha atentamente en lugar de espantarlo como si fuese un moscardón. El conferenciante tipo Y verá al final del túnel de su miedo a hablar en público, el temor a ser juzgado. Lo vimos en Ponme la mano aquí, Macorina, cuando comentábamos que "la mirada del otro puede ser un riesgo” y “también una aventura extraordinaria y enriquecedora". Allí veíamos cómo puede paralizar exponerse al juicio de los demás, y qué hacer para salir de ahí amarrados a nuestra verdad comunicativa, sea cual sea la razón que te haya empujado a (ex)ponerte en público. Temer lo que piensen de ti los demás es lo más normal del mundo. Tampoco nacemos entrenados en oratoria, ni en técnicas de comunicación eficaz, ni sabiendo gestionar el aire de nuestros pulmones en situaciones de ansiedad. La buena noticia es que existe una solución maravillosa que nunca falla, un extraordinario ungüento emocional que ayuda a desinflamar cualquier tensión comunicativa y que puede cambiar ‘Tragedia’ por 'Final feliz' hasta para el cansino. Se trata de aplicar generosas dosis de una de mis palabras favoritas junto a café y lectura: EMPATÍA. Nada relaja más la tensión comunicativa, del tipo que sea, que practicar la capacidad de identificarse con la otra persona y compartir sus sentimientos. 'Abrazarla de manera total, con profundo respeto a su esencia y reconocimiento a su identidad', lo que en PNL (Programación Neurolingüística) se conoce como “apadrinar”. 

    Dijo hace años el periodista Jose María García que "el halago debilita", algo que no comparto porque el halago es totalmente superficial, pegajoso y nada productivo. No se trata de halagar al cansino, sino de apadrinarlo y proporcionarle la atención que necesita, acaso un poquito más que la que necesitará otra persona entre el público. Un buen orador o conferenciante ha de ser capaz de empatizar con su público, con todo, no sólo con aquel que le es proclive y le ayuda a brillar. El encuentro con el público que han venido a escucharte es fundamental, es un momento para dar lo mejor de ti, están ahí por ti, dedicando su tiempo a ti, han ido libremente a escucharte. Y eso es algo extraordinario. Si estuviese ahora conmigo mi querida María A. Clavel, de L'Escola de Vida, me diría que se puede aprender mucho del cansino mirándole a los ojos, buscando un espejo en el que mirarnos, y 'dejando a un lado nuestros pequeños egos' (lo dice así, ella, y sonríe divertida). Quizás nos daríamos cuenta de que sólo es una persona asustada, como lo estarías tú si no tuvieses quien te escuche. Mucha empatía, pues, para gestionar el miedo escénico. Y para todo lo demás: Georgias, o de la retórica, de Platón

    "La sombra es el camino", María A. Clavel

     

    5 responses to “Apadrina a un cansino

    1. Genial, Fani. Pero hay una cosa que no comparto. Una persona no puede aprender a escucharse a sí mimo con afecto, una persona DEBE saber apreciarse a sí misma con afecto y cariño (dentro de un orden) si no lo hace, si una persona no se tiene un respeto propio o va a tener nada que ofrecer en esta vida simplemente porque no valora lo bueno que tiene y no va trasmitirlo al resto, JAMÁS va a tener nada que ofrecer porque lo bueno que tiene ( y todos tenemos mucho) va ser autocensurado porque jamás será apreciado.

    2. Me parece una visión muy certera e interesante. Seguro que da resultado, pues los dos ingredientes son complementarios, disminuir nuestro ego y empatizar con el otro, éxito casi seguro. Tomo nota. Encantada de leerte.
      Ana Martínez Sanz.

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