No me hagas mucho caso con la edad porque no tengo hijos y
lo mismo te digo que tenía un año y resulta que tenía más. No tengo ni idea de
a qué hora empiezan a caminar los niños, sólo sé que no tendría muchos
kilómetros andados por cómo se desplazaba bamboleante por la acera, una de esas
amplias de las zonas peatonales. La persona que lo acompañaba, no sé si su
madre o una cuidadora, lo seguía lo suficientemente cerca como para atraparlo
al vuelo de una zancada, y lo bastante lejos como para que se sintiese libre de
deambular por un espacio que, por la carita que ponía, le debía de parecer
gigantesco. Digo ‘gigantesco’ y, a lo mejor, el
peque sólo percibía novedad y aventura, que a saber qué había en
esa cabecita suya. Sacaba yo conclusiones contemplando los movimientos
atrompiconados de quien camina todavía
sin tenerlas todas consigo, doblando bastante la rodilla y apoyando el pie de
golpe. A la vez que avanza con determinación y con más empuje del que sus
movimientos parece que pueden gestionar. Unos andares que bauticé como: ‘meneos
de flanecillo’; por como van temblando pero sin descuajeringarse. Un
espectáculo de la naturaleza. Nada más fascinante que asistir en directo a la
realidad sin intermediarios que me la desmenucen en porciones como si fuese
incapaces de digerirla. Eh, que hay
tertulianos
que son capaces de ‘hacerte el avión’ con la realidad para hacértela
tragar.

A los pocos minutos de llegar, la acera era ya un
territorio conquistado y el
peque quiso
sacar pecho justo en el bordillo, con la clara intención de bajarlo. Con carita
de
madremíaaaa, se llevó el dedo
índice a la boca y miró a su madre/cuidadora en un gesto que yo interpreté más
de complicidad que de permiso. Y volvió la vista al bordillo, como quien acecha
en el desfiladero al
Séptimo de Pocoyo. Llevaba
unas sandalias que le sujetaban los tobillos, regordetes, con dos tiras de piel
azul marino en forma de i griega que se juntaban a la altura del astrágalo en
una hebilla. Una tira de piel en la parte delantera sujetando los metatarsianos
acabados en dedos redonditos que asomaban por delante en forma de bolitas de
color rosa. Con todo el cuidado del mundo, inició un movimiento tímido con el
pie hacia abajo, a la vez que buscaba de nuevo los ojos que lo vigilaban atentamente.
Dobló la rodilla que iba a permanecer arriba de la acera y, agachando un poco el
culete, como equilibrando el cambio de peso, se dispuso a bajar el otro pie. Se
desequilibró un poco y a punto estuvo de volcar, pero se recompuso sin caerse. Volvió
a buscar la mirada de quien lo cuidaba, que le devolvió otra sonrisa. Y el niño
repitió la maniobra desde el principio y con muchísimo más cuidado: agachó la
cabecita, se miró las sandalias atentamente, calibró la distancia entre
bordillo y calzada, y bajó el culete de nuevo para, ahora sí, efectuar la
maniobra definitiva que lo bajó del bordillo. Y de nuevo buscó los ojos que lo
cuidaban con una sonrisa de oreja a oreja.
Para entonces yo ya me había maniatado con un as de guía a
la silla en la que tomaba café con hielo para no abalanzarme sobre el niño y
comérmelo a besos al grito de campeones-campeones-oeoeoeeee... Me costó, pero
me contuve por miedo a ser carne de los tertulianos arriba mencionados. “Bloguera-juntaletras
detenida en Valencia por intentar comerse a besos a un menor que practicaba
Parkour en una zona
peatonal y aduciendo que no sabía su edad”. Miré a mi alrededor buscando con
quien comentar que había visto más cerebro en ese niño bajando un bordillo con
toda la cautela del mundo, que en la cabeza de Mariano Rajoy,
saliendo del plasma en el que vivía y pisando la calle sin ninguna consideración
previa. Pero nadie parecía haberse dado cuenta de lo sucedido. Fue como el día
que ví
El Aleph de Borges en una axila y
nadie reparó tampoco... La pareja de enamorados de la derecha seguía chupándose
los cucuruchos, las señoras de la izquierda lamían unos
fartons super gordos, doblados por el peso de la horchata, y muertas
de la risa. La madre/cuidadora del niño conversaba con otro adulto como si tal
cosa. Y hasta mi Héroe del Bordillo había retomado sus ‘meneos de flanecillo’ entre
unos maceteros más grandes que él. Así que pedí un boli prestado, cogí una
servilleta grande y me apunté las cuatro cosas importantes que había descubierto.
Que no se me olvide contártelas.
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Servilleta y papelito con apuntes |
Yo creo que lo que algunos tertuli(lame)anos desmenuzan para facilitar su intento de hacérnosla tragar es su versión torticera de la realidad (o sea, "la realidad").