Me gustan las personas que en
lugar de retroceder en busca de la seguridad se arriesgan a traspasar sus lindes
cuando llegan al final de los confines personales. Arriesgarse a rebasar los
propios márgenes es una forma muy saludable de ensanchar la piel en direcciones
diferentes a la habitual. Y regenerar el tejido dérmico emocional. En ese
sentido hay que estar atento a las oportunidades que brinda la vida para
ampliar contornos pues suele ofrecer aquello que se necesita vivir en cada
momento para aventurarse a cruzar las fronteras. Y saber, mínimamente, quién
eres porque no vuelves igual una vez que las has atravesado. Vuelves marcado
como la culata de un revolver. Con un montón de huellas impresas. Huellas en el
trasero de la patada que te dieron nada más salir para ver si se te pasaban las
ganas de volver a rebasar la divisoria. O en la espalda, de la puñalada trapera
del amigo que no pudo soportar que le cambiases el hito afectivo y te
desmarcases de su territorio emocional. Y de su control, que es amor para él.
Pero también puedes regresar portando huellas en forma de herradura. Señales
que dejaron en ti quienes llevan más tiempo que tú al otro lado de sus
fronteras. Explorándose. Personas que no se sentirán amenazadas por ti sino que
se mezclarán contigo con la esperanza de que tú también dejes impronta en
ellas. Las reconocerás por su desarrollada musculatura mandibular, fruto de
mascar el miedo por las noches, a solas. En silencio.
Esos encuentros generosos dejarán
en ti estelas brillantes que podrás seguir como guía en noches especialmente
opacas. Ésas en las que resulta más complicado terminar con tus términos. Y
mascar el miedo, a solas. En silencio. Para seguir caminando de día y enterarte
de cómo son las cosas al otro lado. En otras orillas. En otras pieles. Sólo
tienes que aventurarte a salir. De ti. Arriesgarte a que te pasen cosas para
las que no estás entrenado, a que se te salten los bordes por los aires y
volver a delimitarte un poco más allá de donde estabas circunscrito. Ojala que
usted haya aprovechado las vacaciones para salir de su coto emocional y regrese
colmadito de huellas y estelas. Será que, de verdad, ha vivido. Como dice
Virginia Wolf/Nikole Kidman en Las Horas: “No se puede encontrar la paz evitando la vida”. Quizás todo esto explique
porqué algunos políticos pasan sus vacaciones instalados en sus ombligos. Me
pregunto si Rajoy tendrá ombligo propio o le habrá implantado Aznar el suyo en un arriesgado
gesto de generosidad democrática sin precedentes. ¡Falta le hace un buen
revolcón allende sus mojones a más de uno!... En fin, que me alegro mucho de
volver a estar por aquí. Un besazo.
Publicado: 06/09/2003 |