(*Relato breve, revisado ahora, publicado
en la edición escrita de El Mundo,
Comunidad Valenciana”, el 17 de febrero de 2001).
Valentín, «el santo»
Con la mano libre tiró
del encaje rosa de las bragas hasta colocárselas correctamente. Con la otra
puso paz en el lío de melena a mechas rubias y el flequillo se le medioenredó
con la cadena del bolso Louis Vuitton que no había soltado en ningún momento
mientras Valentín, el dependiente de la sección de lencería de la séptima
planta, le hacia el amor de hinojos frente al espejo del probador. La falda
volvió a las rodillas tapando dos círculos rojizos, un tanto magullados. El
cinto de falso oro recuperó la delantera por encima del ombligo y los botones de
la camisa regresaron a los agujeros de los ojales aunque faltó uno al
encuentro. Recogió el sujetador del suelo y lo guardó hecho una pelota rosa en
el bolsillo de la chaqueta pensando que la próxima vez llevaría uno sin
tirantes, mucho más fácil de quitar. En la solapa del Chanel, el broche de
pedrería con forma de buhito pendía del revés, y se quedó boca abajo. Sacó un
pañuelo y se limpió el contorno desdibujado de los labios. Notó un escalofrío
en la nuca al ver el bordado blanco de sus iniciales manchado de rojo carmín y
recordó los primeros besos desbocados que le había dado cuando entró al
probador. Ante el espejo, descubrió una incipiente roncha granate en el cuello
y la tapó con la cruz de ébano de la gargantilla, regalo de su suegra que
también quedó ladeada. El bamboleo de sus pechos sueltos bajo la seda de la
camisa la hizo sentir incómoda pero sonrió satisfecha. Se abrochó los tres
botones de la chaqueta y levantó la mano para peinarse las cejas con las yemas
de los dedos.
Notó una humedad viscosa
por detrás de los muslos, con la mano limpió el resto de churrete blanco que
bajaba hacia al hueco de la rodilla y que fue a parar al bolsillo de la
derecha, formando masa cómplice con el encaje del sujetador. Pensó en pedirle
que utilizase precauciones pues se estaba arriesgando mucho, pero esa sensación
de peligro aumentaba aún más el deseo hacia aquel hombre que, una vez al año,
le proporcionaba el placer libidinoso que no encontraba en su marido. La idea
de un embarazo le divirtió, lo complicado sería convencer a la familia política
de que el niño moreno y grandote que pariría en medio de tanto sobrino rubito y
delgado era la viva imagen de un bisabuelo paterno, sacado de la inclusa allá
por la guerra civil. Salió del probador y vió a su marido en la caja, pagándole
a Valentín el sujetador negro de encaje que había elegido para ella con la
ilusión de impecable enamorado del día catorce de febrero. Y regresó a su lado,
lo cogió del brazo y allá que se fueron amarraditos los dos, marido y mujer, en
perfecta armonía conyugal. Ella feliz, él feliz de verla feliz. Mientras,
Valentín, desde la séptima planta, seguía atendiendo religiosamente a las
clientas.
Biennnnnnnnn!!!!!!!!!!!!!! Esta sí que tuvo un feliz día de San Valentín!!!
Es que era un "santo", este hombre… Grácias Deb 😉
me da penica….
… penica de quien? ;-))))) Gracias por tu comentario. Un saludo.