Un otoño diferente (IV)

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  • "Las moreras"

    Salva Colecha

    Otoño siempre ha sido el tiempo del retorno. De la vuelta a la rutina, la vuelta a casa y el retorno a la “normalidad” (bendito palabro) después de los días de verano en los que siempre habíamos vivido “al límite”, apurando cada segundo, como si no hubiese un mañana. Por suerte este NO verano también lo hubo.

    Llega septiembre, los días se acortan, los labradores se afanan en cosechar el arroz antes de que lleguen las lluvias de octubre que este año parecen tomarse su tiempo. Hasta las nubes no son lo que eran. Antes, cuentan los viejos, el pueblo se llenaba de “oncles”, personas venidas de todas partes para cosechar a mano contra reloj, llenaban las calles y las plazas de acentos desconocidos. Ya no vienen, los sustituyeron por esas enormes máquinas capaces de engullir hanegadas y hanegadas de cereal. También entonces cambiaron los otoños. Aunque lo que no cambió es el que la llegada de otoño significaba la vuelta a la vida interior, esa vida que sacábamos a la calle y que volvía a encerrase en casa esperando tiempos mejores. Como los mueblecillos de las terrazas, algo que este año no acabó de ser.

    Yo tengo un calendario un poco peculiar. Las moreras del camino del cemeterio. Ellas me indican cuando toca salir a la calle, cuando verdean, y cuando es tiempo de empezar a recoger los trastos de verano. Son los días en los que cambian su verde intenso por un marrón amarillento, introspectivo. Es cuando sus hojas empiezan a caer y nos advierten de que ya ha llegado el tiempo de los días cortos, de la maravillosa melancolía a la que, en el fondo, a todos nos gusta entregarnos de vez en cuando. Lo necesitamos para reorientarnos. Es importante... Te voy a contar un secreto ¿Has probado a escuchar la lluvia con el coche parado ante las moreras marrones? Y si ya le pones algo de Chopin ha de ser algo parecido al Nirvana ese que nos cuentan.

    Pero bueno, este año es distinto. Mis árboles amigos son listos, tan listos como que se han solidarizado con el ambiente que nos queda después de un verano que no vivimos. Lo saben. Algunas de mis moreras han perdido su color mientras otras permanecen verdes, igual que los tiempos que vivimos, también están confusos. Me cuenta un amigo que eso es cosa del cambio climático pero yo prefiero pensar que es porque saben que no he habido primavera, que no ha habido verano. Nos ven tristes a deshoras y quieren aguantar la llegada del tiempo de la melancolía, saben que no estamos preparados. El problema es que el calendario es inapelable y dentro de nada tendremos que afrontar un reto más, la NO visita a nuestros seres queridos al final del camino de mis moreras. Este año puede que no haya flores para los que ya no están, son demasiados ya. Nos tocará ser fuertes de nuevo y poner la esperanza en mis moreras, en que ellas sean capaces de ganar la partida al calendario y conseguirnos una tregua. 

     

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