La capacidad del estado para meter mano en mi nómina es
inversamente proporcional a la mía para saber qué hacen con mi dinero. En
serio, me fascina la facilidad con que perpetran los recortes mensuales en
ese pedazo de documento confidencial al que sólo yo tengo acceso (¡me parto!).
Ese papel llamado nómina, antaño inviolable, se ha convertido las 24 horas del
día en un espacio accesible por tierra, mar y aire para personas alejadas de mi
círculo íntimo. Tengo ansiedad, algunas noches no puedo dormir intentando asimilar
los nuevos términos de la recesión y necesito darle forma a la palabra “recorte” para irme acostumbrando a ella. En mi desespero, he visto la luz poniendo cara a un
posible “recortador” que me humanice el tema. ¿Tendrá aspecto dickensiano, o más flamenco, tipo, “La duquesa fea”, de Massys?... ¿O quizás
sea más rollo cool Marging Call, esa película demoledora para el ciudadano raso
asalariado tirando a pringao?...
Vale, tengo la imagen, ahora necesito hacer mía la palabra y
encontrarle un contexto que me guste porque soy lo peor para la imposición de
vocablos ajenos a mí por las buenas. “Mamá, mamá, de mayor quiero ser recortador”, o “Ay,
Remedios, que mi hijo ha aprobado la plaza de Recortador del Gobierno”, o “La
Universidad Pontificia te ofrece el Grado Superior de Recortador”… No se, no me
acaba de convencer. La voy a pronunciar con energía para hacerla grata a mis
oídos: rrre-corrr-ta-dorrr. Uy, no, así tan germánica le da un aire muy terrorífico. Apelaré a lo único que me queda: la dignidad. Voy a pronunciar la
palabra, con la cabeza bien alta, a lo chiquitodelacalzada
(me postro ante él), levantando la pierna a cuarenta y cinco grados del suelo y
moviendo el pie en círculo mientras con la otra doy saltitos por el pasillo al grito
de “recortadoooorrl”… Pues, ¿ves?, así sí que puedorl.
Me encanta, jarlllllllllll! Pero preferiría que mi Paueta sea feliz en vez de recortadoraaaaaaaa. Que a estas alturas, trabajar para el gobierno o cualquier ente público… ya se sabe!!