Firma Invitada
Catedrática de Lingüística General
Facultad de Filología, Traducción y Comunicación (UV)
"Pensando en Verónica, en Arantza, y en tantos otros «golopedas» que desempeñan su labor esencial en medio de la invisibilidad."
Amelia está tumbada en el sofá con los ojos cerrados; hace diez minutos que ha terminado su videoconferencia con el último paciente, y se siente agotada y frustrada. Los niños le suponen más esfuerzo, pero los adultos la conmueven hasta la médula. Y eso sin hacer caso a esa parte de su cabeza que no deja de hacer números y adelantarse al desastre económico que se le viene encima. Porque en esta pandemia, la logopedia, de nuevo, ha sido ignorada como atención sanitaria esencial. Y no, por mucho que se empeñen no es un tipo de intervención que se pueda trasladar como si nada a la teleasistencia. Como tampoco hay quien mantenga la atención de un niño en la pantalla más de veinte minutos, por muy lúdica y seria que se ponga una en la rehabilitación; eso sin hablar de las disfagias que hacen necesario manipular la boca de los pacientes.
La mayoría de los suyos son adultos afásicos a los que lleva atendiendo con entrega los últimos veinte años, desde que descubrió la afasiología en sus clases de lingüística, se especializó en logopedia y abrió su clínica. Y los ve cada día enfrentándose impotentes a la pantalla. Dos de ellos solo cuentan con la opción de vídeo-llamada por WhatsApp, no tienen internet y no se manejan bien con la tecnología. Se corta el sonido, no se entiende bien lo que dicen...y la comunicación se ve restringida a la modalidad oral, que es justamente en la que tienen más dificultades; además, no poder acceder a la comunicación no verbal les roba una fuente de entendimiento que a veces resulta vital. Así que muchos han dejado de conectarse para las sesiones. Lo entiende, claro. Si ella misma acaba exhausta después de cada conexión, cómo van a estar ellos con el estrés añadido del déficit lingüístico. Solo atiende ya a tres niños, los tres cuyos padres tienen internet y tiempo para acompañarlos, y a dos adultos. Julián, con afasia motora tras un accidente de coche, casi lloraba ayer diciéndole que no había manera de lograr entender a la farmacéutica cuando le hablaba detrás de la mascarilla. La otra es Marina, la admirable anciana a la que un ictus redujo al mutismo hace más de cinco años pero que no ceja en el empeño de mejorar. Ni ella ni su familia, claro, siempre pendiente.
De repente, le llega un estrépito desde la calle. Extrañada comprueba la hora en el reloj del ordenador, y durante una milésima de segundo piensa, al ver las 19:00, si acaso no se olvidó de cambiar la hora, pero enseguida recuerda que el ordenador se actualiza solo. Entra en internet. Buscador. “Cacerolada + Valencia + hoy”. Montones de páginas anuncian caceroladas, pero ninguna indica que hoy hubiera alguna convocada en Valencia. Abre Twitter. Un mensaje habla de caceroladas a una hora y aplausos a la siguiente, pero no encuentra un motivo. Busca los mensajes de Whatsapp y ve que han entrado 54 mensajes en “Colegio Sara”. Seguro que ahí hay información… Bueno, por llamarlo de algún modo, porque ahí es donde más bulos le llegan, no entiende que haya padres que se dediquen a meter en ese grupo sus pullitas airadas, cuando no cabreos iracundos, contra quien sea. Pero repasa rápidamente la sucesión de vídeos en el chat del teléfono. El de los niños apelotonados en el parque está repetido cuatro veces. Algunos padres refieren pérdidas dolorosas por la epidemia, y es más que comprensible su tristeza, su desahogo y su impotencia; pero al dolor, que es innegable y elocuente, se impone el grito, la andanada, la furia. Más abajo dos madres se han enzarzado en una escalada de hostilidad: una publica el vídeo con la llegada de los aviones de material sanitario y la otra le replica con videos de médicos denunciando la falta de material; gráficos contradictorios, textos con mucha mayúscula y mucho signo de admiración.
Ser testigo de este tipo de disputas, que ella considera un verdadero déficit comunicativo de toda la sociedad, le provoca una intensa desazón. Porque si bien en algunos casos resulta evidente la tergiversación y la maldad, en otros no siempre está segura de quiénes dicen la verdad, como en este caso, en que las dos madres implicadas le parecen gente sensata y razonable. Ya le ocurrió al principio, cuando circularon los múltiples rumores conspiranoicos sobre el origen de la pandemia, sobre la mala gestión, sobre los que mienten y los que callan… Como ciudadana, quiere saber y quiere ser justa, pero hasta la prensa que consideraba de referencia afirma simultáneamente una cosa y su contraria.
Piensa que esta inseguridad constante sobre la certeza de los mensajes (de los políticos, de los científicos, de los jueces, de los periodistas) va a ser muy difícil de desandar. Y que el daño que provoca es terrible, porque alimenta la radicalidad y la ira, justo en el momento en que más falta hace un ambiente de empatía, de cooperación y comprensión de los demás. Sigue viendo mensajes y nota cómo su estómago se va encogiendo por la tensión que le transmiten. De vez en cuando, una tregua: alguien publica un par de memes divertidos que le permiten sonreír sin sentirse culpable allá en el fondo. Pero el tono global es muy desagradable. Así que sale de Whatsapp y borra todo el chat, eliminando todos sus adjuntos. Vuelve a pensar en sus pacientes, cruza mentalmente los dedos para que los cinco que aún quedan no abandonen; sonríe pensando en Gabriela, la niña que la semana pasada por fin logró decir espontáneamente «logopeda», sin esa preciosa metátesis que decía en «golopeda» y que tanto la enternece. Se va quedando adormilada en el sofá, y un fondo leve de aplausos le llega desde el balcón entornado; le da la impresión de que hoy están durando más, piensa en levantarse y salir, como lleva haciendo cada día que no tiene sesión a las ocho, pero el cansancio la está arrastrando al sueño; no sabe qué la ha agotado más, si las dos sesiones seguidas de rehabilitación o la hora mirando vídeos y mensajes agresivos. Ojalá que el que pone la música tan alta a diario no elija hoy nada estruendoso.
Géiser Tipo especial de fuente termal que emite periódicamente una columna de agua caliente y vapor al aire que permite aliviar presiones internas. El famoso Geysir de Islandia, que ha dado el nombre común de géiser a estas fuentes termales, está acordonado por motivos de seguridad desde 2006. Gracias Beatriz por transformar con tu trabajo las tensiones en palabras, por ayudar a convertir en realidad los esfuerzos y los deseos de los que luchan por pronunciarlas. Y gracias también por acordonar a esas palabras que se lanzan al aire para crear, mas que para aliviar, tensiones innecesarias
Muchísimas gracias, un afectuoso saludo.