"En la yema de los dedos tenemos el código de la programación de nuestros reflejos y el funcionamiento de los órganos vitales, elementos de nuestra capacidad de adaptación, los conocimientos que recibimos del exterior y la capacidad de ser complementario”.
Mira, por una vez prefiero no saber cómo funciona o en qué consiste. No quiero saberlo. Yo, que todo lo hurgo hasta entender, hoy elijo saber que no quiero saber, que es otra forma respetable de cognición aunque aboque a cogniciones diferentes. No saber también ayuda a no romper este encanto informativo agosteño, dónde los temas mediáticos son fresquitos y desdramatizados, y en el que pareciera que los refugiados están prácticamente a salvo, y que tampoco asesinan ya a mujeres por el hecho de ser mujeres, y, si asesinan a una más, total, qué podemos hacer nosotros por algo que es el panuestrodecadadía y que no tiene solución. Un agosto dónde lo más relevante es que un numero indeterminado de políticos en España no están entendiéndose en una negociación para formar Gobierno por segunda vez... O sí; algo que tampoco sabremos porque ese dualismo sí-no/no-sí esconde todo un gramaje político que sólo ellos controlan y manejan en tiempos y resultados. Un agosto que fluirá así hasta el caudal informativo de los JJOO en Río de Janeiro, donde se incorporarán también titulares y portadas sobre las carnes femeninas, esas que cualquiera se creerá luego con derecho a tocar, de tan asequibles que se las han vendido.
Tampoco quiero estropearme la narración porque el post tendría que tener una base real si echase mano de ella y, a mí, la realidad (científica) no me va a estropear un Fémur sobre la pantalla táctil. Me resulta más cómodo creer que tengo todo el Universo en la yema de mis dedos y que sólo he de tocar cualquier superficie con mis crestas papilares para que ¡chas!, aparezca un desplegable con toda la información que necesito con la que alimentar mi momentáneo monstruo ignorante. La pantalla táctil ha sido siempre un motivo de asombro para mí, aún hoy me estremece acariciar la suavidad arrebatadora de esa superficie plana que tanto me da al mínimo roce. Reconozco que la pantalla táctil fue amor a primer touch, jamás se me olvidará ese cosquilleo primigenio, esa caricia inicial, ese placer genial, sensual... Ah, no, que eso era el fumar. “¡Pero, sí sólo la he tocado!”, recuerdo haber gritado postrada en dos ante la primera pantalla táctil que tuve. Así que, hoy, a falta de ciencia y de ganas de saber, tiraré de guionmismo para explicarte científicamente el fenómeno de la pantalla táctil y que lo valores tú también en su justa medida. Guionmismo hace referencia a la capacidad de ficcionar un fragmento de la realidad agosteña en beneficio de una guionista equis, en este caso yo.
Primera y principal: La pantalla táctil la inventó una mujer. Una mujer inventora, sí, las hay. Hay mujeres inventoras aunque no salgan en las listas de “Los 10 inventores del siglo XX”. Fue una mujer quien descubrió que la información más fidedigna era la que le proporcionaba la yema de sus dedos en contacto con la piel del que hablaba. Descubrió que el ser humano era capaz de emitir primorosos endecasílabos, pero que todo el blablablá carecía de sentido hasta que la piel lo verificaba. La piel no miente. La piel es una superficie sincera, fidedigna, generosa, valiente, en constante renovación y altamente eficaz a la hora de proporcionar y verificar la información oral. Es la pantalla táctil por excelencia. La mujer extrapoló toda esa experiencia empírica al zapatófono que tenía tumbado al lado, y hasta hoy. Luego vino Samuel C. Hurst y lo nombró ‘interfaz electrónico’, por eso figura su nombre en la Wikipedia y no el de la mujer, que no tuvo tiempo de patentarlo porque tenía que descubrir las propiedades súper-conductoras del grafeno antes de entrar en quirófano (era cirujana cardiotorácica además de inventora), lo que explica por qué pasó de saber quien se apropiaba de su trabajo, como tantas otras veces. Te estás riendo, que te veo... Pues que sepas que esto es así tal cual te lo estoy contando. Te lo digo yo, que para eso me lo he inventado. A veces hay que tirar de ficción para poder contar la realidad.
Trabajo sobre huellas dactilares de Susana Gutierrez Cornelio (Imagen cabecera)