Va, voy a salir del armario navideño (ei, no leas más, que aún estás a tiempo de salvar tu Christmas Mode). No hay nada que me provoque más desconfianza que las emociones colectivas de alegría y euforia positiva. Esas en las que el personal tiene un subidón feliz y se suelta la faja dejando que salga eso ‘que lleva dentro’, bien por contagio espontáneo con el ambiente, bien porque ‘te-lo-digo-todo-ahora-bonica-que-llevo-3-copas-de-más’. Se me hace bola... A la vez que, no me preguntes porqué, me fascinan ese tipo de emociones con el mismo vértigo que me da asomarme al borde de un maravilloso acantilado en las costas de Escocia aunque no haya puesto jamás un pie en Escocia. Fíjate a dónde llego que soy capaz de no ver un partido de fútbol pero puedo tragarme el espectáculo final de la recogida del Copón que toque, con los correspondientes magreos entre los futbolistas del campo con los del banquillo, los del banquillo con los del campo y todos juntos con entrenadores y técnicos y viceversa. ¿Tú sabes los abrazotes oso que se arrean mezclando lágrimas, sudor y mocos?... O el espectáculo del Gordo de Navidad, cuando el personal alcanza la apoteosis en las puertas de las administraciones, rotos de emoción, las narices rojas por el frío de diciembre, y sus vasitos de plástico blanco rebosando cava como si no hubiese un mañana (lleno de los mismos problemas que no se les van a arreglar con dinero).
O el de los triunfos electorales, esos en los que algunos son capaces hasta de botar en el balcón con la misma rigidez corpórea que la de sus verdaderas emociones internas. Mención especial aquí para las euforias de Camps&Rita en Valencia: esa alcaldesa mancillando el traje presidencial con su abrazo consistorial, ya forma parte de la leyenda… De todas las emociones colectivas, y sin lugar a dudas, la que más ‘me pone’, es la Navidad. La Navidad... Telita marinera con la Navidad. La madre que la… La Navidad es mucho. Yo, con la Navidad, no doy abasto, te lo digo así porque es lo que llevo dentro. Es absolutamente encomiable cómo los expertos advierten, hablan y ofrecen soluciones y consejos para los excesos gastronómicos. ¿Pero me puede explicar alguien por qué no se previene a la población sobre los ‘peligritos’ de los excesos emocionales de la Navidad?... No se me ocurre nada más traumático que una cena con dos cuñados que no se hablan y que llevan puestas orejitas de reno, y tener que soportar el martirologio del brindis mirándose a los ojos porque si no ‘el deseo no se cumple’. Ni comer un hijo y un padre que se hablan pero ya no se cuentan nada desde la enésima decepción (mutua). Eso por no hablar de la envidiable armonía de los hermanos enfrentados hace años sotto voce por cualquier tema y cuya alegría cuando llega el amigo invisible sólo es comparable a la de la Infanta Cristina declarando ante el juez Castro…
Ah, es Navidad, cada cual la sufre a su manera. ¿Y?... ¿Y, qué?... ¿Cómo que qué?... Ah, ¿que qué hago yo?... Pues yo... ¿Sabes de esos animales que van al matadero sabiendo que les ha llegdo la hora?... ¿Sabes ese gesto último de rendición al destino pidiendo que sea un momentito para ya, luego, alcanzar la paz eterna?... ¿Sabes esa mirada vidriosa de borrego degollaó tannnn característica?... Pues esa soy yo yendo a las cenas y comidas navideñas… Ah, que, ¿por qué voy entoces, si soy tan rebelde?... Pues por el único motivo por el que soy capaz de amansarme, de darme un chute de adrenalina colectiva, de renunciar a mis principios anti-navideños y hasta de mezclar bebidas si se tercia: por amor. Por amor a mi familia y a mis amig@s. Y hasta tengo un villancico particular que dice: “Si hay que ir, se va, fum-fum-fum, pero sabiendo la causa, fum-fum-fum”. Pues hale, que la fuerza os acompañe. Besis.
¿Nosotras nos merecemos unas Navidades así?
La Navidad, por Quique San Francisco
Totalment agree! Escrius amb la silenciosa veu de la immensa majoria de patidors del Nadal. Gràcies Fani, ah!…i bon Nadal! 😉
É unha ledicia ler os teus artigos. Bo Nadal
Y qué de esa otra navidad de felices saludos sinceros?
De mirarse padre e hijo y olvidar rencillas. De mirarse hermano a hermano y recordarse que primero la sangre y luego la herencia. De una abuela que se ha ido pero preside la mesa con la misma prestancia de años pasados porque el alma de los que pueblan sus respectivos asientos la recuerdan y enaltecen con cada sorbo de sopa. De los tapones de corcho tropezando con el techo de ilusiones rebosantes de esperanza y nuevos retos. De abrazos y canciones, de diálogo y conversaciones en familia. Ni se huele el mal olor de las deposiciones de cada cual porque para eso tiene puerta el baño y en Mercadona venden aromatizadores muy baratos. Ni se es más triste por no poder compartir una nécora y verse en la congraciada visión positiva del que mira su plato y adivina las horas de cocción y la resignada actitud de los que aplauden que tenga el punto de sal. Ni siquiera recuerdas que estás en paro y posiblemente la vajilla de este año esté en peor estado el año que viene y los vasos, por obra y gracia del lavavajillas, hagan parecer el agua limpia como aquella en la que retozan los patos. Olvidas todo eso que ha traído el barranco de esta crisis anegando tus momentos de alegría, derrumbando esos diques que te mantenían erguido frente a la adversidad, aniquilando los objetivos planteados para el presente curso vital y postergándolos de manera indefinida; te quedas con esa noticia que auspicia un simple resquicio a la sonrisa, te conformas con el ratito de felicidad que tuviste al disfrutar de la risa de ese pariente cuando supo que al final no tenía cáncer, con los llantos de tu niña al abrir los ojos a un mundo que nos lo va a poner difícil porque ya ella lo tuvo complicado y luchó, te quedas con sus primeras cacas, con los pañales llenos de orín, conque despertase de la anestesia, con que poco a poco gane peso… El mundo es muy difícil y la egolatría de nosotros, seres humanos, lo hace una selva en la que sobrevivir es abrir los ojos cada día a un nuevo periplo de aventuras para cerrarlos y ser capar, al poco tiempo, de volver a abrirlos. Se trata de necesitar ver la botella medio llena sabiendo que está casi vacía; se trata de no pensar en todo lo malo que trae la navidad y que por mucho cliché de época enternecida por las carantoñas de tópicos típicos, villancicos y celas opulentas; lo que subyace es una época de recogimiento y confraternización familiar, el resto son imposiciones del mundo consumista en el que vivimos y por ende poco tienen que ver con la vida de cada cual.
No todo es menos cuando hay tanto de más.
Nemrod F. Acosta Sánchez.
Igual, igual i igual. Jo també pura contradicció
A mi siempre me ha deprimido la navidad… Sobre todo desde que empieza cuando el corte ingles pone los adornos en noviembre…
Puta navidad
Torne a llegir-ho i em sent, de nou, identificada. Ale… A riure's tots i totes i BON NADAL!!! i la resta de l'any …
Me he dado cuenta que la navidad a casi nadie le gusta, entonces, ¿ pa que coño las celebramos?, es una puta mierda, Al que inventó esto le llenaba la cara de aplausos. De verdad, llega octubre y, vengaaa, se ven haciendo el arbolito de los cojones y poniendo luces de colores, ¿pero que coño pasa?, ¿a qué viene esa explosión repentina de alegría, de colorines, mundos de yupi y un largo etc de gilipolleces?, por favor, hay que desear el bien durante TODO el año y no durante las PUTAS NAVIDADES de los cojones. Me repugna cuando la gente dice: "felicidades", yo me pregunt, ¿felicidades?, ¿de qué?, ¿de estar en el paro y de ver que la gente es esgoísta?, SALE PALLÍ, asqueroso, felicidades me dice, subnormal, totorota de mierda que se deja llevar por cuatro empresarios que pone a la venta muñequitos, arbolitos, luces, y la gente de totorota que está subnormalizada van como borregos a gastar lo que no tienen para celebrar una hipocresía de mierda, yo soy de lo que me paso esa fiesta por la piedra y no suelto prenda ni na de na. En fin, para aquellos que le gusten estas fiestas "engañables", FELIZ HIPOCRESÍA.