Este verano me he mudado a trabajar a un edificio con mucha historia en Valencia, el Edificio Balkis. Allí se iniciaron, entre otras actividades comerciales, las emisiones locales de Radio Nacional. Era el año 1949. Mi estudio queda encima de aquella radio, y me hizo mucha ilusión saber que iba a dar clases, con la palabra como protagonista, en un lugar así. Sin embargo, se me craqueó la sonrisa al poco de llegar, cuando me enseñaron los baños comunitarios que hay para toda la Planta Principal. “Mira, este es el baño de hombres”, me indicó quién me mostraba el lugar. Sin entrar, aprecié que era ámplio y con luz, y que daba al gran patio interior del edificio. Nos desplazamos al otro lado de la Planta Principal, hasta el final del pasillo. “Este es el de mujeres”. Y abrió la puerta a un habitáculo minúsculo, esquinado, de azulejos ocreamarillos de AdR (Antes de la Rebequita), y con un cuadradito arriba que podríamos llamar ventana. “¿Y ésto?” Me salió del alma. “Sí, es más peq... Cuando contruyeron el edificio había muy pocas mujeres trabajando. Todo hombres, eran”. Contestó incómodo mi acompañante ante la evidente diferencia. “¿Y por qué no lo han reformado?”, imposioné mientras me explotaba la cabeza. No insistí porque mi lenguaje no verbal fue suficiente y no quise incrementar la incomodidad; así que decidí focalizar mis energías en el nuevo espacio alquilado, diáfano y luminoso, con su maravillosa ventana llena de sol desde la que veía el Mercado Central.
Y aquí estoy, ‘disfrutando’ de menos metros cuadrados de Wc por mi condición de mujer cada vez que hago pipí o popó. Aunque me escoro a lo positivo, no puedo evitar un furiogazo (fogonazo + furioso) cada vez que voy al baño. Veo el lugar, tan chiquitín y esquinado, símbolo de lo poco que se nos tuvo en cuenta en la construcción del edificio, y #MeTocaLaFiga en estéreo. Ni siquiera como posibilidad de futuro, se nos incluyó. No se nos esperaba.“Ei, vamos a diseñarlo igual para cuando vengan las mujeres a trabajar”. Ni flowers. Esos señores constructores, arquitectos y delineantes, ¿qué futuro construían para las mujeres de su época? ¿Uno con baños más pequeños?... No se nos incluyó en aquel relato, ni siquiera como opción de futuro. Eso duele. Así es como se ha construido el relato de la humanidad a lo largo de la historia: desde lo masculino y en base a esas pequeñas decisiones, que son auténticos giros de guion con desenlaces que afectan nuestro aquí y ahora, TODAVÍA. En demasiados ámbitos no se nos tiene en cuenta como co-protagonistas del relato, menos mal que ‘solo’ sómos un poquito más de la mitad de la población mundial. Cada día, a poco que levanto la mirada y disecciono los relatos, me doy cuenta de que sigue siendo masculinos.
Me agota este relato testosterónico. Estos liderazgos masculinos me producen, además de cansancio, preocupación; no veo que estén gestionando los retos y complejísimos problemas actuales. Los retos políticos de ahora, por poner el ejemplo más acuciante, son mayúsculos. Escucho hablar a los lideres y siempre me dejan el mismo retrogusto a poder. Cada vez siento más que, lo único que buscan es afianzar el poder, su poder. Y cuando un líder busca afianzar su poder... Desde este Fémur les digo: Señores del Poder, a derecha e izquierda: abandonen la hormona como animal de compañía lideral (liderazgo + sideral). No está funcionando lo suyo. Eso de, a mayor conflicto, más testosterona, no nos fun-cio-na. Y si no lo están solucionando, a lo mejor, es que forman parte del problema. Me acuerdo mucho estos días de las palabras de Asunción Cruañes Molina, diputada constituyente en las Cortes de 1978 y una de las madre de la Constitución, en el programa Valentes: “La mujer tiene que buscar el poder, muy honestamente, pero tiene que ir a por el poder porque, desde el poder, se cambian las cosas”. No digo que nosotras lo haríamos mejor, digo que estoy segura de que lo haríamos de una manera diferente. Creo sinceramente que esta cuarta ola de feminismo ha de ser la que nos impulse a las mujeres a los lugares de poder. Si esta ola nos vuelve a dejar en la orilla, hechas arena de nuevo, volveremos a formar parte de la postal de un bello atardecer. O seguiremos ‘disfrutando’ de menos metros cuadrados de superficie construida.