Soy
mucho de llorar. No de lágrima fácil, no. O de pucheritos. Hablo de
llorar... Eso que te salen goterones por los dos ojicos que te corren salados
como olas para abajo y que te van a confluir con el cauce de los mocos que, no
me preguntes porqué, fluyen en el mismo sentido en el espacio y el tiempo. De
ese llorar. Del que te brota rotundo del alma cuando se te rompe por esto o
aquello. Antes era más de hacerme la fuertorra y aguantarme las ganas con los
puños apretados a la orden de ¡aquí-no-sale-ni-una-lágrima-arrrr!... Más de
desatarme el nudo de la garganta perpetrando acciones cuyo resultado provocaban
más efectos secundarios que los causados por el sofocón (una tarjeta de crédito
temblando, una discusión por nada ‘contra’ quien más confianza tenía para
acabar llorando ‘por su culpa’, o una elección errónea de compañía...). Hasta
que un día me desaté... Y noté que dormía mejor, respiraba mejor, me
relacionaba mejor, y hasta digería mejor después de haberme permitido las
lágrimas en la proporción al daño que sentía (proporción muy particular, pues
cada uno se daña a su manera y no dan manual de instrucciones al respecto). Así
me hice de llorar... Sola, con motivos, con ganas, y con tiempo por delante
para no tener que ir a ningún sitio con extra de 'tapacubos' (corrector de
ojeras) o con el rollo de la 'conjuntivitis dichosa' (aunque si lloras en
ángulo de 45 grados al suelo, las lágrimas van directas al pavimento y se nota
menos). Las primeras veces me daba pánico lo que sentía, creía que me iba a ahogar,
literalmente, en el llanto. Y necesitaba llamar a alguien. Para que me salvara,
claro. Pero como también soy mucho de seguir las señales del miedo (lo que más
aterra es lo que más se necesita aprender casi
siempre) pensé que era mejor llorar sola. Cuanto más miedo sentía, menos
levantaba el teléfono (sabiendo que tenía a quien llamar si no era capaz de
soportarlo). Y noté como cedía el llanto en la medida en que me hacía cargo de
él, lo identificaba con su causa, y lo permitía. Y cedía también el dolor. Y el
miedo...
Los
puentes como estos son muy buenos para llorar sin prisas... Cuando todo el
mundo se va de vacaciones y te quedas con un montón de horas por delante en las
que puedes entrar y salir de ti misma/o según te convenga... Ojo, hablo todo el
tiempo del llanto como curación. No como patología. No como estado de ánimo en
el que quedarte como una centrifugadora más de lo necesario. Hablo de llorar
para seguir avanzando, y aprendiendo, y viviendo, y volviendo a llorar claro...
Pero por otros motivos y con la certeza de que la vida tiene esa parte más
difícil y que, a veces, daña, pero sabiendo que siempre es mejor notarla que
contemplarla envuelta en celofán por si te deja cicatrices. No pasa nada por
llorar. Si lo piensas bien, el llanto
es sólo agua salada que sale de tu cuerpo, como lo hacen con total normalidad
otros fluidos
que podrían enfermarte si se atascasen. Lo que realmente tendría que dar pavor
es no sentir... Creo que se puede aprender mucho de las lágrimas: antes,
durante y después de ellas. Pueden resultar de gran ayuda para “andar el camino
viejo como si fuese nuevo”, como dice el proverbio, cualquiera que sea el camino
elegido. Tengo la certeza además de que saber qué te hace llorar y por qué, te
convierte en alguien más independiente, más capaz, más fuerte, más ‘persona’, y
mejor compañera/o de viaje para los demás. Sólo necesitas quedarte a solas y en
silencio un rato. Y prestarte atención. Y no asustarte de ninguna emoción.
Relajarte y aprenderte. Y luego seguir caminando. O baliando, que es más
divertido :-)
Llorar juntos, compartir el silencio… Precioso. Emocionante. Gracias.
Compartir silencios y llantos une mucho. Gracias, @ballesterada :-))))) Beso.
Llorar como purificación, expulsión y explosión de emociones que, acompañadas de líquido, salen mejor. Nadie, o sí, tiene la culpa o es responsable de esta necesidad. Simplemente- ni más ni menos- nos ayuda a liberar tensiones. Gran terapia
Muy recomendable, sí. Muchísimas gracias por tu comentario, un abrazo Ana :-))
Perfecta terapia para encontrar tu yo y lubricarlo con esas gotas de agua salada, que también incluyen productos sedantes y desinfectantes.
También son las lágrimas síntoma de melancolía y depresión en bucle.
Difícil funambulismo entre lo terapéutico y lo enfermizo.
Ojalá siempre las saquemos jubilosas, motivadas por grandes alegrías.
Tienes razón, es difícil a veces encontrar el equilibrio, pero de eso se trata, de encontrarlo cada día para volverlo a perder al día siguiente… Y así… Un abrazo, Elvira :-))) Y gracias por la visita!
Precioso, preciso. Gracias Fani. Un beso y alguna lagrima a punto de salir…
No me gusta nada eso de provocarte lágrimas estando tan lejos, Emilio… Pero como me has jurado que terminaste bailando, me quedo tranquila :-))) Un abrazo!
Como siempre llegas al corazón de lleno… mi lágrima se está liberando, ella sóla. Gracias Fani, de verdad gracias muy sentidas…
Gracias a ti, Javier, por tu visita, y por compartir emoción. Un abrazo 🙂
Qué bonita reflexión, ayer precisamente yo reivindicaba un dia internacional del llanto en twitter, tan llenos que estamos de días internacionales de la felicidad, los besos, etc.
Gracias