Filoperta de Las Huertas

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  • “Nosotras no hemos visto nunca trabajar aquí a los ratones porque vienen sólo de noche”.

    Rosa Barberà, trabajadora del “Antiguo Almacén de Dientes”, de Valencia

     

    Los veinte dientes de leche que nos salen primeros son un auténtico prodigio de la naturaleza y tienen una misión de enorme responsabilidad: hacer hueco en las encías para que puedan salir las treinta y dos piezas dentales que saldrán después y que se quedarán con nosotros una vez el crecimiento de las mandíbulas sea el suficiente como para poder albergarlas. Los dientes de leche son igualmente necesarios para el desarrollo del lenguaje y favorecen los procesos digestivos; pero lo que los hace únicos es que sean transitorios y que aparezcan sólo para preparar el terreno a los dientes definitivos. Esta primera dentadura se llama dentadura decidua y por su carácter temporal en nuestro cuerpo diríase que es una especie de ensayo general para la aparición estelar de la dentición permanente.

    Crecí algún tiempo creyendo que lo dientes de leche eran de leche de verdad y con el temor a masticarlos al comer, si tan blanditos eran... Crecí también con la ilusión de que el Ratoncito Pérez me dejase su regalito bajo la almohada durante la noche cuando alguno me caía o quedaba incrustado en el bocadillo a medio comer después de algunos días bailando en la encía y me lo metía en el bolsillo del babi camuflándose con  la colección de piedrecitas que llevaba guardadas. Crecí con esa ilusión, como crecí con otras ilusiones, fantasías y pensamientos mágicos del estilo: si miro fijamente la televisión cuando terminen los dibujos animados y sostengo el brazo estirado y señalando la pantalla con el dedo índice, harán otro capítulo de dibujos animados. O, si pongo antes los cuchillos que los tenedores en el cajón de los cubiertos, se enfadarán los cuchillos con los tenedores y a ver qué hago entonces... Ilusiones, fantasías y pensamientos mágicos nos ayudan a transitar de la infancia a la mayorez, donde nos quedaremos un rato largo y donde los vamos sustituyendo por el pensamiento adulto, maduro, coherente, reflexivo, analítico, basado en hechos y experiencias... (bueno, esa es la idea, al menos). Siguiendo con esa línea de conformación del pensamiento, me pregunto cuándo comenzamos a incorporar los prejuicios, que como su propio nombre indica son juicios previos a algo, a lo que sea, y que adquirimos con pasmosa facilidad. Ideas pre-concebidas, generalmente en negativo, que vamos teniendo sobre cualquier aspecto de la realidad y que nos van velando la mirada cristalina que teníamos cuando los dientes de leche. Hasta aquí el enfoque dientes de leche-prejuicios basado en la ciencia y en el pensamiento adulto de este post.

    Aquí los interrogantes femurianos: ¿Caen realmente los dientes de leche por los motivos que explica la ciencia o porque el Ratoncito Pérez pasa cada noche a retirarlos de debajo de las almohadas dejando un regalito a cambio?... ¿Por qué en la infancia existe un mecanismo infalible con premio incluido para deshacernos de lo que nos sobra y en la mayorez no se ha contemplado una opción similar?... ¿Por qué no se ha articulado ningún plan para que un ser vivo equis pase a recoger los prejuicios que se nos van cayendo?... ¿No se le ha ocurrido a nadie que hay una relación directa entre la existencia del Pérez y la caída de los dientes de leche y que podría darse la misma correlación en la caída de prejuicios si hubiera o hubiese quien nos los fuese recogiendo y premiando?... ¿Caerían los dientes de leche si no existiese dicho ratón?... ¿Tú qué piensas de todo esto?... ¿No te angustia saber que, rota la lógica infantil, nos quedamos tocados de por vida, si no hacemos algo?... Esta es mi teoría: los prejuicios no nos caen porque NADIE, y digo, NADIE, viene por la noche a darnos un regalito a cambio de ellos. Si hubiese, ojito, si hubiese un Algo que se dedicase a esta labor, nos resultaría más fácil deshacernos de ellos. No es sencillo que caiga un prejuicio, pero tiene mucho riesgo si no se gestiona correctamente el proceso. Hay documentado un caso muy dramático de Presidente de Gobierno, que perdió el prejuicio de que la ciudadanía era tonta al tropezar con una caja de habanos y tuvo que dimitir y convocar elecciones.

    Tú lo estás flipando hoy, dirás. No vas mal. A mí, después de varios días informándome sobre el Ratoncito Pérez, su origen, y su relación con el asunto dientes de leche-prejuicios, no me cabe la menor duda de lo que  estoy sosteniendo aquí y ahora. Aún te digo más: he podido concluir, tras mi rigurosa investigación, que los prejuicios tienen la mismita función que los dientes de leche y que por eso están ahí en nuestros cerebros: para hacer hueco a la idea buena que está por salirnos y que será infinitamente más útil y duradera. La idea si prejuicios que nos ayudará a desarrollarnos mejor y a digerir la vida de manera más eficaz. Pero, como nadie viene a recogernos los prejuicios por las noches y a recompensarnos por ello, ahí siguen las miles de ideas amogollonadas en el cerebro, que no sé cómo no nos peta; aún estamos demasiado bien para lo que llevamos cociendo en el córtex. Me imagino el espacio mental, festoneado de prejuicios, y arriba de cada prejuicio su correspondiente idea bonita, creativa, limpia, queriendo asomar y no pudiendo porque nadie viene a tentar al maldito prejuicio con un premiecito... Ei, que hay casos documentados de bicicletas de montaña dejadas por el Ratoncito Pérez a cambio de un canino.

    Leyendo ayer un libro sobre insectos, que son el alimento del futuro, he descubierto una criatura sensacional: Filoperta de las Huertas, escarabaja de las escarabeidas, la de robustas mandíbulas y violáceas gafas, que come hojas de robles, avellanas y chopos, y que habita en espacios abiertos, setas, huertos frutales y lindares de bosque, lugares que recorre con sus patitas de verde tornasolado y su elegante cuerpo largo de abdomen color teja. Muy profesional. Y he pensado proponerla a la WOP (World Organization of Prejudice) para que active ya mismo las partidas presupuestarias necesarias y que Filoperta de las Huertas vaya por las casas recogiendo esos prejuicios que se nos van cayendo aquí y allá dejándonos bajo la almohada algo bello a cambio, ya sea un amanecer con café recién hecho (mi preferido), un beso al despertar, o una corona de mariposas monarca revoloteando por tu cabeza mientras suena Cum Dederit de Vivaldi en la voz de Philippe Jaroussky. Ah, que no acabas de ver lo de una escarabaja por tu cama... Pues imagina un ratón corriendo por tu colchón... Visto el éxito internacional del Sr. Pérez, tras siglos trabajando el branding, mi Filoperta de las Huertas tiene, de entrada, un naming excelso. A poco que le trabajemos el storytelling, el logotipo, los claims, el merchandaising y el posicionamiento estratégico, la tenemos a pleno rendimiento antes del verano con la campaña: "Los prejuicios, a las huertas". Te dejo, pues, que voy a abrir a Filoperta de las Huertas cuenta en Twitter, Instagram, Facebook... Me tomo otro café y me pongo a ello, que ya tengo revoloteando a los polumbis por aquí. Feliz domingo.

     

    3 responses to “Filoperta de Las Huertas

    1. Los convencimientos juzgan con fundamento, me ocurre con virulenta frecuencia
      Un abrazo, Fani

      (Me agrada y alegra esta entrada)

    Responder a Kike Cancelar la respuesta

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