Ella Equis o cómo aprender a quererse a sí misma

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  • - ¿Cómo lo conociste?

    - Una amiga nos puso en contacto... “Es el hombre perfecto para ti’, me dijo. Yo llevaba sola unos años, no lo llevaba bien, la soledad. Sentía, además, después del divorcio, que si no tenía pareja, mi vida era menos plena.

    - ¿Menos plena?

    - Menos plena, sí... Sentía que me faltaba algo si no tenía un hombre al lado. No tenía ilusión por nada. Realmente me sentía muy vacía sola. Yendo al cine sola, paseando sola por la ciudad. Los domingos eran de morirme. Acababa llorando en el sofá siempre.

    - ¿Y fue lo que te había dicho tu amiga?

    - Al principio sí, “el hombre perfecto”.

    - ¿Cómo fue al principio?

    - Maravilloso, lo recuerdo como un subidón increíble. Todo fue súper rápido... Como si cerrases una cremallera, que todos los ‘dientes’ encajan... Así. A los dos meses ya se había instalado en mi casa. Era guapo, inteligente, tenía dos carreras, una de ética, era educado, exquisito en sus formas... Ahora me da vértigo aquella velocidad a la que fui.

    - ¿Qué te atrajo de él?

    - Su determinación... Su absoluta determinación de estar conmigo, me decía que yo era para él con un convencimiento que me dejaba loca. Y me lo creí. Me lo creí totalmente... Ahora sé que lo que me atrajo de él no era nada que él tuviese.

    - ¿A qué te refieres?

    - Lo que me atrajo a él fue mi propia desesperación, mi absoluta incapacidad para afrontar la soledad en aquel momento. Yo tenía un boquete emocional y él fue un tapón que puse. Creo que los dos estábamos bastante perdidos, la verdad... Yo creo que no me enamoré, que era necesitad de estar con alguien. Y él fue un alguien muy oportuno... Fue conocerle y dejar de llorar los domingos.

    - ¿Te sentías querida por él?

    - Me sentía halagada, deseada, admirada... Querida, no.

    - Cuéntame como era la relación.

    - Íbamos juntos a todos los sitios, lo hacíamos todo juntos: teatro, museos, paseos, cine... Empecé a ver películas que le gustaba a él, a pasear por lugares que le gustaban a él, a salir con personas que le gustaban a él... Básicamente era así: yo me adaptaba como una hoja de plástico adhesiva a él, en todos los sentidos.

    - ¿Era él quien tomaba las decisiones?

    - Fue poco a poco... Llegó un momento que todo lo decidía él. Recuerdo que me daba un beso cuando se salía con la suya y que me decía: “Es mejor así, pequeñina”. Y que yo me hacía pequeñita, pequeñita en sus brazos. Y cedía. Nadie, nunca, me había llamado así, ‘pequeñina’... ¡Si mido 1’80!

    - ¿Por qué dejaste el trabajo?

    - Decidimos que era mejor si yo estaba en casa y trabajaba desde allí. Ya que él viajaba tanto, por lo menos que uno estuviese en casa. No lo vi un problema, podía gestionar la mayor parte del trabajo del despacho desde casa. Lo que pasó es que, al final, deshicimos la sociedad mi socio y yo.

    - ¿Por qué?

    - Él me hizo ver que mi socio me estaba perjudicando en el negocio, que se quedaba con los clientes más importantes y que a mí me daba bola sólo para ‘llevarme al huerto’... Y que cómo no me había dado cuenta de que estaba quedadísimo conmigo... Y me explicaba una y otra vez cómo me estaba perjudicando estar con alguien que no me valoraba como profesional.

    - ¿Era cierto?

    - Ya le pedí perdón a Jaime hace tiempo... Pero es algo que no tiene ya solución. A Jaime lo dejé tirado justo cuando estábamos tomando aire y nos empezaba a ir bien. No sé cómo me dejé convencer. Jaime y yo habíamos sido compañeros de carrera, jamás hubo nada más que trabajo entre nosotros, era uno de mis mejores amigos.

    - ¿Seguiste trabajando desde casa?

    - Lo intenté, pero ante su insistencia, empecé a viajar a menudo con él, y perdí dos clientes muy importante. Él me dijo que seguro que esos clientes me los había quitado mi ex socio, que era un tipo envidioso y no soportaba que hubiese deshecho la sociedad... Y que, además, era mejor así, que entonces podría dedicar más tiempo a cuidar de la casa y del bebé.

    - ¿Estabas embarazada?

    - Aborté al poco... A los 45 era complicado un primer embarazo. Fue un aborto espontáneo... Y un palo grande. Lo deseé tanto. Ahí empecé a intuir que algo no iba bien. El me había estado presionando mucho con el tema sexual... No dejaba pasar ni un día sin mantener relaciones sexuales, y yo no quería, no me sentía bien físicamente con el embarazo...

    - ¿No le decías que no?

    - Se lo decía, sí, pero siempre cedía. No sé... Se me acercaba y era como si no perdiese la voluntad. Me decía cuánto me necesitaba, cuánto me quería, y cómo de guapa me ponía cuando era buena con él, que yo era su ‘pequeñina’...

    - ¿Qué pasó tras el aborto?

    - Me dijo que tampoco dramatizase, que era normal, que con 45 él ya sabía que no iba a salir bien, que dónde iba yo con un embarazo...

    - ¿Cuánto tiempo duró la relación?

    - Cinco años...

    - ¿Qué te hizo salir de la relación?

    - Murió mi madre de repente. Fue horrible... Comí con ella y por la noche murió de un derrame cerebral. Mi madre estaba perfecta, con 70 años tenía una vitalidad y una fuerza que.... A los quince días de enterrarla, me acuerdo perfectamente hasta del olor a incienso que hacía en casa, estaba yo en el sofá, con una manta tapada, hecha polvo... Vino él, todo serio, se sentó a mi lado y me preguntó que qué me pasaba, que si ya no lo quería, que no tenía ganas de hacer el amor... Le dije que estaba triste por lo de mi madre. Y me contó que no se estaba sintiendo deseado hacía ya muchos días y que el que estaba triste era él. Triste y sólo, me dijo que se sentía.

    - ¿Qué hiciste?

    - Lo que hacía siempre... Me ‘hice ganas’ de hacer el amor... Ese es uno de los recuerdos más dolorosos que tengo. De los que más me han hecho llorar. El día que lo pude verbalizar en la consulta sentí como si me cortaran el corazón a tiras con las tijeras del pescado. Ya no era por él, era por darme cuenta de lo poco que me había respetado y querido a mí misma para llegar a hacer algo así. Es muy doloroso aceptar que has sido tú quien ha permitido que algo así, tan en contra de tu ser, suceda. Lo tendría que haber dejado en ese momento... Aún estuve un año más con él.

    - ¿Qué te hizo tomar la decisión de salir de la relación?

    - Fue un día que... Un día, después de hacer el amor, me confesó que se había acostado con otra. Me dijo que se había sentido tan sólo y poco deseado ese tiempo tras la muerte de mi madre que había necesitado sentirse deseado, y que había estado viendo a una compañera de trabajo el tiempo ese que yo estaba tan seria. Me dijo que no la quería, que me quería a mí. Y ahora que ya ‘estábamos bien’, quería ser sincero conmigo y contármelo para que entendiese hasta qué punto había estado jodido porque, para él, era importantísimo sentirse deseado. Y me dio un abrazo y me dijo que me quería mucho, que me lo contaba porque entre nosotros no podía haber secretos.

    - ¿Qué hiciste?

    - Había quedado para tomar café con una amiga que hacía meses que no veía, de las únicas amigas a las que seguía viendo muy tarde en tarde. La veía a escondidas porque él me decía que era una mala influencia, que siempre que quedábamos me llenaba la cabeza de ideas tontas... Recuerdo que llamé a Celine para decirle que no podía ir. No le conté nada, sólo le dije que no podía. Me acuerdo que aún me sentía culpable por lo que había sucedido cuando hablé con ella. Pensaba que no era tan grave lo que había hecho, que si yo no lo deseaba, el pobre se había ido con otra, pero que me quería a mí y eso era lo importante. Y que yo siempre le decía que la sinceridad era fundamental, y eso había sido, sincero. La otra sólo había sido un escarceo para sentirse deseado. Pero lo importante era que quería estar conmigo. Eso era lo que me repetía una y otra vez... Me estallaba la cabeza.

    - ¿Qué pasó?

    - Mi amiga volvió a llamarme para decirme no se qué cosa que se le había olvidado decirme. Y ahí me rompí y me puse a llorar. No sé cómo... Mi amiga vino enseguida a recogerme. Él me dijo que si salía por la puerta, ya le iba a demostrar lo que me importaba la relación, que era una desagradecida por no valorar lo sincero que había sido. Me fui. Mi amiga me llevó a su casa y allí le conté, conté, conté... Hablé toda la noche, parecía que me hubiese derramado... Por la mañana le envíe un mensaje y le dije que quería estar sola, que necesitaba pensar.

    - ¿Y qué hizo?

    - Cuando volví se había llevado todas sus cosas. Todas... Hasta una licuadora vieja que se trajo cuando se vino a vivir conmigo. Fue durísimo entrar y ver los huecos en el armario de la ropa, en el del baño, en las estanterías de los libros... Fue desgarrador comprobar lo poco le había costado empacar. En ese momento noté perfectamente cómo se abrió un agujero en el suelo y me engulló.

    - ¿Qué hiciste?

    - Lo siguiente que recuerdo es que era de noche y que el suelo de la cocina estaba muy frío. Tomé conciencia de que llevaba llorando horas... Me levanté temblando y me hice una infusión de manzanilla. Conecté el teléfono y tenía un montón de llamadas de mi amiga. La llamé enseguida, le dije que lamentaba haberla preocupado, pero que había perdido la noción del tiempo. Le dije que prefería estar sola y le agradecí que no insistiera. Recuerdo que colgué y que pensé que no iba a poder soportarlo. Estuve a punto tres o cuatro veces de llamarle y pedirle que volviera. A él, llamarle a él...

    - ¿Le llamaste?

    - No. No sé de dónde me saque fuerzas para no marcar el número... Y para hacerme algo de cena. Abrí una botella de vino y encendí un par de velas. Tenía los ojos que me los arrancaba de escozor... No podía ni respirar del dolor en el pecho. No suelo beber, sólo una copa de vez en cuando... Me tomé dos copas de vino. Y comí pan tostado con aceite y queso. Me acuerdo perfectamente del queso, del olor a pan tostado, y del vino... Amanecí en el sofá. Todo parecía irreal. Miré el móvil por si tenía alguna llamada suya. Deseaba tanto que me llamase, que me pidiese perdón, y que se cerrase el boquete del pecho...

    - ¿Te llamó?

    - No. Jamás volvió a llamar. No lo volví a ver. Fue de una crueldad extrema la forma que tuvo de marcharse. Nunca más supe de él. Al poco me llamó su hermano, para ver si podía venir a recoger no unas cosas que se había olvidado. Le dije que no, que lo había tirado todo a la basura. Es cierto, tiré lo poco que quedó suyo en mi casa. Todo... A la basura.

    - ¿Qué hiciste entonces?

    - Ese mismo día llamé a la terapeuta con la que había trabajado hacía unos años mi divorcio. Me atendió al día siguiente... Estuve dos años largos en terapia. Es lo mejor que he hecho en mi vida. Creo que hubiese elegido otro hombre similar. Era el segundo ya... El anterior no había llegado a ese nivel de maltrato psicológico, pero el perfil era similar: seductor, controlador, ególatra, egoísta, con trayectoria profesional brillante... 

    - ¿Qué te hace pensar que hubieses vuelto a repetir?

    - Porque era yo, con mi patrón de conducta, quien estaba permitiendo que ese tipo de hombre manipulador entrase en mi vida.

    - Explícame eso un poco más.

    - No hay agresor si no hay víctima. Los maltratadores psicológicos tienen un punto en común: la cobardía. Saben elegir a sus víctimas, tienen un olfato especial para elegir mujeres con la autoestima tocada, o muy baja.

    - ¿Has vuelto a tener pareja?

    - Me cuesta mucho confiar... Ahora estoy bien sola. Bueno, sola no estoy. Llevo tres años con Borges, mi perro.

    - ¿Se sale del infierno?

    - Se sale. Y se sale para siempre. Me dijo una vez mi terapeuta que el día que me tuviese a mí misma ya no me importaría tanto que me ‘tuviesen’ los demás. Fue una frase que no entendí entonces.

    - ¿Y ahora?

    - Ahora sí.

    Hay un tipo de violencia contra la mujer que no siempre acaba en los juzgados, ni en los hospitales; es una violencia alejada de las estadísticas que no se denuncia. La sufren las mujeres en el ámbito más íntimo, es un maltrato psicológico diario, sistemático y perverso que acaba doblegándolas y minando su autoestima. Es una violencia que se gestiona en las consultas de los profesionales de la psicología, donde muchas llegan destruidas por dentro, sin saber del todo por qué han llegado a ese grado de aniquilación. La violencia psicológica es un tema que me preocupa especialmente porque no se ve, y cuando aflora ya ha dañado mucho y muy profundo. Este #FémurDeEllas que has leído hoy forma parte de un proyecto que todavía está a retales. Un relato que contará la historia de alguien que está haciendo un documental sobre la violencia de género y que pone un anuncio buscando mujeres que aporten sus testimonios. Este 'retal' formará parte de ese relato (si lo consigo terminar algún día). Hoy podría haber entrevistado a una mujer valiente, de las que salen del infierno, pero he preferido acudir a la ficción. No he querido hacer recordar a ninguna su dolor pasado. En cualquier caso, esta Irene Equis mía no deja de ser un retrato real. Hay más mujeres de las que imaginamos viviendo esta aparente ficción. 

    (Nota: Los textos de El Fémur de Eva están protegidos por derecho de autor(a). Si quieres una copia en PDF, para leerlo con tu alumnado, o para trabajarlo en algún foro, te lo puedo enviar por e-mail. Contacta con: elfemurdeeva@yahoo.es Gracias )

    11 responses to “Ella Equis o cómo aprender a quererse a sí misma

    1. Muy triste y muy abundante. Aún no asumimos del todo que somos naranjas enteras, que no hay ninguna mitad nuestra por ahí… Muy necesario visibilizarlo.

    2. Es necesario que nos cuenten como se puede llegar a la anulación de uno mismo. Lo retratas genial. Nos hace falta entender que no se llega a ninguna parte sin seguir un camino, un viacrucis en el que, paso a paso, estación a estación, se llega a a anulación de la persona y a la violencia física (duele) y psíquica (duele más). Muchas gracias Fani, gracias por enseñarnos el camino que JAMAS se ha de seguir.

    3. Nunca había leído un relato tan real. Se acerca muchísimo a una historia vivida, una historia que jamás pensé que me podía pasar a mí y que finalmente gracias a ella me hizo especializarme en la defensa de la mujeres victimas de violencia, pero desgraciadamente tal como se indica en el relato, la violencia psicológica es difícil acreditar pero es la que destroza por dentro y como se ejercer por el hombre «por el bien» de la mujer culpabiliza a la misma. Gracias por el post y espero ver publicado ese trabajo

    4. El 22 de este mes se cumplieron 14 años del día que él salió por la puerta de casa mientras el carpintero cambiaba la cerradura de la puerta. 33 años de matrimonio. Cierto que no todo fue malo, pero mucho sí. Y tan malo que creó en mí una dependencia emocional que me hizo estar triste, muy triste y con la esperanza de que él volviera, unos cinco o seis meses. Un día me desperté sin acordarme de él. Ese día estaba curada. Nunca acudí a un terapeuta. Fue una amiga la que me sacó del infierno en que yo misma me había metido como en una madeja de lana sin salida. Por eso celebro cada 22 de noviembre como si de un nuevo nacimiento a la vida se hubiera producido en mí.
      Con dos licenciaturas, una cátedra por oposición, un trabajo en que se me respetaba como buena profesional, tres hijos… y sentirme peor que un escupitajo, despreciada, nada sabía hacer ni hablar… El maltrato psicológico es difícil de comprender.
      ¿Cómo no te dabas cuenta? ¿Cómo has podido aguantar tantos años?
      Él también era universitario, catedrático como yo. Me apartó, sin darme cuenta, de mis amistades, casi de mi familia. Nunca quise contar nada de esto a nadie, me daba vergüenza. Había fracasado en mi matrimonio. Estaba convencida de ello. Además, ¿Cómo explicar tantos y tantos detalles que me humillaban constantemente?
      Tuve suerte: una noche, en medio de una discusión me dio una bofetada que me tiró al suelo. Ahí, bendita bofetada, surgió toda mi fuerza. De inmediato acudí a la policía nacional a denunciar el mal trato. Me atendío en un principio un agente ya mayor que casi se rió de mí. «¿Su marido un maltratador? No me haga reir. Lo conozco, nos encontramos por las noches paseando al perro, y es una buenísima persona».
      El detonante que me faltaba acababa de producirse. Amenacé al policía. Me iba a ir a la Guardia Civil a hacer la denuncia porque él se negaba a tomarla, o mejor, iba a llamar al juzgado de guardia y explicar la reacción del agente.
      De inmediato intevinieron dos policías jóvenes. Uno me conocía (yo a él no) y sabía que mi hija era juez en la misma población donde vivíamos. Me llevaron ellos mismos al hospital, allí comprobaron que tenía un esguince de cervicales, así de tremendo fue el bofetón. Llamaron entonces, sin que yo lo supiera, a mi hija. Volvimos a comisaría y allí, ya con un collarín puesto, me tomaron declaración. Allí mismo recibí una llamada de mi hija, quería que fuese a dormir a su casa. Pero, agradecida, me negué. Los nacionales me acompañarón hasta dentro de mi casa. El muy cobarde estaba escondido en la habitación de mi hijo pequeño. Además, tampoco podían detenerlo porque no había orden judicial.
      Insistí en quedarme en mi habitación, y avisé a los policías que, si durante la noche intentaba agredirme, lo iba a matar. Saqué unas enormes tijeras de cocina muy afiladas así como un cuchilo de filo peligroso. Con estas ‘ayudas’ pasé la noche sentada en mi cama, sin dormir y preparada por si acaso.
      Nada pasó. Lo sabía. Ya me había demostrado demasiadas veces lo cobarde que era, aunque hasta ese momento no había sido plenamente consciente.
      Al día siguiente, 22 nov, sobre las cinco de la tarde abandonaba la casa mientras el carpintero cambiaba la cerradura y ponía otra más en la puerta.
      Fueron demasiados años de juventud perdidos, pero…
      No he vuelto a tener pareja. Amigos sí, y muchos. Vamos al cine, a cenar… pero nada de nada más. Ni lo necesito ni me fío ya de nadie.
      Gracias doy, desde aquí a aquella buena amiga, que tanto me ayudó a salir de los seis meses de «añoranza», no por amor, sino por dependencia emocional muy bien trabajada por el desgraciado. Con esta amiga es con la que celebramos cada año la libertad del 22N.
      Lo aquí relatado es totalmente real, aunque conciso. Fue mucho más lo sufrido.

    5. Estimada Fani:
      En primer lugar, felicitarla por este Blog, me encanta, y por este artículo.
      En swgundo lugar, me gustaría que transmitiera que NO hay pérfil de víctima. El maltratador sale de caza coge la que le gusta. La baja autoestima que pueda presentar la víctima es porque escogen justo el momento de bajón o dificultades que pueda estar atravesando la presa ( víctima) y les facilita su acceso en su vida. Aprovechan ese momento vulnerable.
      En tercer lugar, resalta con todas tus fuerzas, lo rápido y fantasioso que ocurre todo cuando el maltratador entra en contacto. Si tan BONITO y RÁPIDO es PELIGRO.
      En cuarto lugar, son muy listos y con mensajes impersonales como «sabes que?» Puede ser un buen anzuelo para regresar por San Valentín, cumpleaños etc. Y seguir con su abuso y maltrato.
      En quinto lugar, y no por ello menos importante de esa situación se SI SALE y lo mejor de todo con ganas de seguir avisando y enseñando a las mujeres (y hombres tambien,) cómo reconocerlos y huir.
      Muchas gracias por su atención.
      Un Cordial Saludo.

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