Piscina Pobla de Farnals |
Estoy que me salgo. ¡He aprendido a nadar a mariposa! Lo
había intentado millones de veces pero... Batir con impulso, y a la vez, las
dos piernas juntas mientras ondulas desde el pecho a la pelvis convirtiendo la
espalda en una especie de látigo flexible, al final del cual tienes la cabeza
que vas metiendo y sacando para respirar cada dos batidos de piernas, al mismo
tiempo que salen juntos los brazos desde atrás, entran por delante y los
deslizas un poquito por debajo del agua con las manos extendidas y vuelta a
empezar. No había manera. Siempre acababa el largo a braza, con las lumbares cascadas y media piscina en el
estómago. Era, no sé, como si una rigidez interna me impidiese trasladar al
plano práctico lo que tenía claro en el teórico y llevar a cabo todas estas
operaciones de manera fluida. Pues, el otro día, todos esos elementos se
conjuraron en mi persona. Sucedió sin pensarlo, como pasan las cosas lindas en
la vida. Estaba aquietando la yugular, apoyá
en el quisio de la corchera, cuando,
de repente, me lancé con impulso hacia delante con los brazos extendidos, como
si mis músculos y extremidades supiesen al dedillo de qué iba el tema y mi
columna vertebral hubiese mutado en anguila de la Albufera... Y me marqué un
pedazo de largo a mariposa, sin
pararme a mitad ni tragarme el vaso
de agua, que casi se me saltan las lágrimas (por favor, toda esta frase, léanla
a cámara lenta con la música de “Carros de Fuego”). Ei, memorable. Se lo
cuento.
Erase una vez una niña muy mala que masticaba trocitos de
pulmón cada vez que subía las escaleritas del castillo y que decidió ser buena
y dejar de fumar como un carretero y se apuntó a todos los cursillos de
natación que encontró en el reino para convertirse en sirenita y nadar mucho
mucho para no engordar ni un gramito y no tener que volver a echar humito por
la boquita porque su autoestimita aún la tenía en las caderitas en lugar de en
su cabecita. Así comenzó mi cuento de agua hace más de doce años. Un cuento
húmmmmedo, de bañadores, gorros, pinzas de nariz (divertidísimas las
interlocuciones nasales tipo pato con el agua al cuello), gafas, chanclas,
corcho para flotar los días de pereza, depilación apresurada de ingles en el
vestuario, constipados de todos los colores, inesperados roces de piel. Y dos
pulmones reconvertidos en branquias, finalmente. Un cuento del que saco
moraleja cada vez que me lo cuento y en donde vivimos felices sin comer
perdices gracias al anonimato que nos da la desnudez de “andar” por sus calles
de agua sin que nada nos… Uy, que les tengo que dejar, que los Sábados cierran
antes el cuento, digo la piscina. Glú, glú (besos, adiós; en acuático).
Publicada: 17/01/ 2004 |
Los Fémures de agua ;-)
Los 'peces' ;-)
¡Gracias Eva!. Me voy a la ducha a batir mis alas…