Nos han metido pa’dentro al espacio doméstico como si las personas supiésemos qué es eso y cómo gestionarnos ahí metidas. Nos guardan en casa como si no fuésemos, en gran medida, pasta de dientes sacada del tubo e imposible de retornar al recipiente. Nos ordenan volver a casa sin ser Navidad, como si nos fuesen a despertar con caricias en el antebrazo, café recién hecho y un silencio reverencial a nuestro alrededor mientras vaciamos la taza, la segunda, y suena La Pasión según San Mateo interpretada por el Ensemble Bach. Nos regresan al dulce hogar como si supiésemos qué hacer con nuestros mayores y menores en tan pocos metros y distancias cortas. Nos empujan pa’dentro, por decreto, como se empuja la masa de los churros en el émbolo que la volcará, estriada y prieta, en el aceite caliente que borbotea ajeno en el enorme perol. Nos confinan en nuestras casas, sin paliativos, como si allí fuésemos a encontrar la tierra prometida y fueran ciertas tantas vidas y postureos de Instagram, y fuésemos fulltime cuqui-glamurosos por colores, olores, sabores y amores las 24 horas del día. Nos remiten al espacio personal por correo urgente, sin libro de instrucciones, como si supiésemos qué va primero y qué después durante las 360 horas de los primeros 15 días de los nosabemos cuántos más que vamos a vivir. Hemos vuelto al hogar, como si fuese viable pasar de lo individual a lo colectivo, del deseo a la contención y de la ganancia a la pérdida, de un día para otro.
Ocupamos los hogares como si pudiésemos dialogar sin gritar, discrepar sin enfadarnos y establecer límites sin sentir que se nos ofende. Habitamos por completo las estancias como si tuviésemos resuelto nuestro ser y estar en soledad... O en compañías que ya no. Llenamos los sofases, las cocinas y los baños, como si nos gustaran las pieles y aprovechásemos los roces para desearnos y gozarnos. Abrimos los armarios y consumimos su contenido como si estuviese vacío de calorías, colesterol y grasas saturadas, y su consumo no fuese a repercutirnos en el tallaje. Nos mandan para casa como si fuésemos asertivos, respetuosos, y no tuviésemos cuentas pendientes, emociones enquistadas, desencuentros antiguos y conversaciones procrastinadas. Estamos aquí metidos, sin saber hasta cuando, sin un paquete de medidas emocionales que llevarnos al coleto. Nos han mandadado para casa como si ‘casa’ fuese un espacio seguro y no tuviésemos cociendo el drama a fuego lento y la catástrofe solo ocurriese fuera.
En todas las grandes catástrofes se facilitan equipos de profesionales de la psicología para ayudar a gestionar el shock, la pérdida, la nueva situación, en definitiva. Bien, esto es una nueva situación, un entorno muy, muy VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) y vamos a necesitar ayuda psicológica porque 360 horas son muchas horas y todo apunta a que serán 360 más. Si quedarnos en casa es la solución, nos quedaremos el tiempo necesario, pero esta estancia no puede acabar convertida en El Problema. No todas las UCI’s requeridas son hospitalarias. Necesitamos una gestión emocional óptima del nuevo espacio creado. Espero de verdad que se habiliten teléfonos a los que poder llamar y pedir ayuda, como lleva años haciéndolo con gran éxito el Teléfono de la Esperanza. Mientras tanto, seguiremos ocupando los balcones, convertidos ahora en los nuevos lugares de encuentro y refugio desde donde aplaudimos y reconocemos a quienes luchan ahí fuera para que pronto podamos volver a ocupar las calles.