Tengo que unir tres hechos draumáticos que me han sucedido esta semana con un hilo conductor que dé como consecuencia un nuevo Fémur. Brackets, Halloween y Rajoy. Me he inventado el concepto draumático como algo que sucede y que no es lo suficientemente dramático ni tampoco llega a la categoría de traumático, pero que te grapa el hígado nivel flejadora. Me han puesto brackets. Arriba y abajo, los llevo. Monísimos. De cerámica. Unidos con un fino hilito plateado que irá tensándolos mes a mes hasta corregir lo que la naturaleza me estaba dejando a la virulé. Con la realidad manga por hombro, sale ésta con la ortodoncia, dirás. Vale, sé que nosecuantasmil personas llevan o han llevado brackets en algún momento de sus vidas y no lo han ido cascando en sus blogs. Pero... Es que nadie tiene el tamaño de mi boca, ni muchísimo menos el de mis dientes. Ei, que llegan los brackets a los sitios antes que yo. Que podría llevar colgadas las llaves de casa, del garaje y del coche y aún me sobraría espacio para el candado de la bicicleta. Que me estoy planteando ofrecerme para poner publicidad o patrocinio. Lo he comprobado y caben con todas las letras “Caixa” en la parte de arriba y “Popular” en la parte inferior. #AhíLoDejo
Las primeras 48 horas de brackets sólo quieres ingerir alimentos en modo blandiblú. Cuando ya te acostumbras a tener un par de peinetas del revés incrustadas en la boca, que te decides a comer algo de comida de verdad... ¡Madre mía los pa’luego con los brackets!... Te puedes hacer tuppers con esos pa’luegos. Y optas por meterte en la boca sólo cosas blandas, algo que puede sonar regulín fuera del ámbito estrictamente alimentario. Aquí entra el segundo dráuma de la semana: Halloween... No me gusta. Clic. Pero con el hambre que tenía me apliqué la teoría de “Lo que te disgusta, te enseña”, y decidí aprender a hacer galletas de Halloween. Me fui a por harina para repostería, levadura para repostería y un molde cuadradito para galletería. Seguí la receta al pie de la letra, respetando las cantidades como si me fuese la vida en ello y con toda la ilusión del mundo en la merendola posterior. Sí, sí... Ni San Google me avisó de que las galletas de Halloween no son blandas, que para poder comérmelas tenía que barrenarlas con el rabo duro del tenedor hasta reducirlas a migas después de un horneado perfecto. Unas migas que podía introducir en mi boca de una en una, o bien lamerlas directamente del banco de la cocina. Lo segundo no lo intentes, si llevas brackets. Duele. Los brackets llegan a la superficie lisa del banco de la cocina antes que la lengua y pueden hacer chiiii-chiii contra el mármol como cuando la tiza raya la pizarra... ¡Ay!
Como no encontré el aprendizaje en la galleta (el resultado), pensé en revisar las tareas ejecutadas (el proceso). Rebobiné al inicio y repasé el procedimiento. Revisé cómo, después de tener la masa perfectamente extendida sobre el banco de la cocina, y de haberla dejado prodigiosamente lisa tras aplicar el rodillo, procedí a la parte que más me gustó. La que coges el molde cuadradito y empiezas a cuadrar galletas sobre la masa extendida. Coges el molde, lo enharinas un poco para que no se te pegue a la pasta y, con delicadeza, lo posas sobre la masa extendida... Shuffff, presionas suavemente hacia abajo el molde, hiendes la masa justo por donde tú quieres, y luego haces chiquichiquichic con el molde sacudiéndolo un poquito a derecha e izquierda para soltarlo de la parte que da a la masa. Entonces llega el momento cumbre: Levantas el molde con tu futura galleta dentro, vas hasta la bandeja enmantequillada y la depositas con el mismo cuidado que si acostases a un bebito a dormir la siesta.
Así hasta que la superficie de la masa deja de ser superficie y queda convertida en un conjunto de agujeros unidos entre sí por hilillos de masa galletera de más o menos grosor. Cuando ya sólo tienes agujeros vacíos delante de ti, que parece que no hay más galletas, entonces pasa algo prodigioso: de esos agujeros vacíos puede salir otra hornada. Sólo tienes que amontonar la masa en una bola, extenderla otra vez, volver a coger el rodillo, pillar el molde, y vuelta a hacer galletas hasta que de nuevo queden agujeros unidos entre sí por los hilillos de masa galletera. Y vuelta a empezar una vez más... Por fin el aprendizaje. Y el tercer drauma: Rajoy. Exactamente eso es lo que ha hecho Mariano Rajoy esta semana. Ha cogido todos los agujeros que tenía delante, ha hecho una bola con ellos, ha extendido la masa, y se ha sacado un nuevo Gobierno, de la misma pasta. Algunos lo llamarán Gobierno, yo lo llamo galleta. La misma galleta que nos ha vuelto a dar. ¿Es o no es para draumatizarse?
Que con la que tenemos encima, nos desencuadernemos de risa ,leyéndote,es para hacerte un verkami para los brackets y un monumento para rendirte homenaje cada vez que pasemos por delante!!!