Gran Borrego

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    Como guionista de televisión pasé una muy entrañable primera etapa DI (De Ingenuidad) en la que me dediqué a inventar y ofrecer formatos de programas ‘diferentes’ con la ilusión de aportar otros contenidos a lo que había entonces. Iba por ahí, vendiendo mi ‘verdad’ televisiva de directivo en directivo (todo hombres, sí), coleccionando miradas compasivas y palabras romas. Entre otros formatos, igualmente fracasados, intenté uno, ya en mis últimos estertores DI, que llamé: “¿Nos vamos de libros?”. El programa consistía básicamente en lo siguiente: se buscaba un No Lector y se le encerraba en una librería hasta que encontrase QUÉ LEER. La idea era de un riesgo máximo, visto el degenerar televisivo; a qué descerebraó se le ocurre meter en una librería a una persona y dejarla contactar, sin intermediarios, con influencers rollo William Faulkner, Ana María Matute, Doris Lessing, Iris Murdoch, Kafka, Zweig, García Montero, Sontang, Cervantes, Estellés... Herman Melville. Intolerable, hubiese sido, un concursante televisivo diciendo, “Preferirían no hacerlo”, hecho un Bartleby cualquiera. Con el tiempo comprendes que es más operativo preparar concursantes para la gran ‘balada’ (#BeeeeeeeBeeee), y meterlos en una casa de la sierra a que se toquen los güevos, o llevarlos a una isla desierta a que se los coman los mosquitos mientras se televisan sus puses, digo, poses.
     
    En,“¿Nos vamos de libros?”, el concursante permanecía dentro de la librería hasta encontrar el libro que le hiciese tilín. Un libro cuyo tacto le cosquillease las yemas de los dedos al sujetarlo por primera vez. Uno que le quitase el sueño, o que hubiese que arrancárselo de las manos a las mil y una de la noche, o hiciese clonc al caer desde lo alto de la cama, hecho un tronco ya. Un libro que le despertase la misma curiosidad que aquella primera vez que abrió una chirimoya y tropezó con todas aquellas semillas metidas. Un libro para esperar a un amiga en la sala del hospital, o con el que convalecer al ritmo de un gotero. Uno con el que tomar café, o te, o cerveza o vino... Un libro por el que volver a casa corriendo, después de todo el día fuera y al que abrazarse como tabla de ensoñación. Uno por el que apagar la televisión y encender cualquier otro estado mental. Un libro cuya escritura rociase el cerebro como el aceite de oliva el pan recién tostado y crujiente. Uno del que salir transformado después de cruzar su historia y llegar náufrago a la otra orilla, con el taparrabos de peineta y más preguntas que respuestas. Un libro tobogán para deslizarse al siguiente con la pasión intacta, como si fuese la primera vez que lo tuviese entre sus manos. Feliz Día de las Librerías, ojala puedas encerrarte un rato en alguna y encontrar un libro así.
     
     
     
     

    Bartleby The Scrivener (Movie), Herman Melville 1853

    2 responses to “Gran Borrego

    1. Los intereses y la incultura pueden llegar a encontrarse en cualquier momento. Quizás en la terraza de un café (¿París?) después de un día duro de trabajo (¿en un plató detelevisión?) en donde te has dedicado a fabricar idiotas que igual se insultan y gritan sin motivo, que empiezan a creer en las promesas de unas creencias que matan y torturan sin razón…

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