¿Tengo miedo?

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  • “Cuando me agobio me gusta escaparme al monte a soltar la cabra que llevo dentro y que tantos años me ha costado aceptar como mía. Ahora que por fin me llevo bien con ese alter ego intuitivo-animal, lo disfruto a lo bestia y, antes de apagar el motor, ya se me ha escapado por la ventanilla del coche, montaña arriba, dando saltos de contenta. Luego la alcanzo a ratos por los caminos pero ella va a su bola subiendo, bajando y volviendo a saludarme de vez en cuando con cara de: “ay, bonica, cuantos conocimientos inútiles tienes en la cabeza y de qué poco te sirven”. Que yo no me enfado ni nada porque la conozco y sé que me quiere y que volverá a casa conmigo, que no hará como antes cuando se quedaba en la montaña rumiando y rompiéndose los cuernos, que me lo hacía pasar fatal por las noches. El caso es que suelo andar por una zona bellísima cerca de Náquera no excesivamente solitaria, ni aislada. Un lugar que he convertido en una especie de “corralito emocional” personal que enfada a mi amigo Raúl porque siempre le llamo para decirle que he ido cuando ya he vuelto. Me gusta mucho andar sola por ahí, sin rutas, horarios, ni conversaciones. Callada. En medio del monte, vagabundeando entre pinos, tomillo y romero, donde cada elemento, sea piedra, animal o planta es lo que es sin más complicaciones. Me siento fenomenal y siempre regreso con una disposición mental mucho mas amplia que la que traía encorsetada de casa.

    Les cuento esto con nostalgia porque las escapadas del primer párrafo están a punto de desaparecer de mi vida. A estos paseos se ha incorporado un elemento con el que no contaba: el miedo genérico. Siento como ha hecho mella en mí toda la información sobre los malos tratos a las mujeres que manchan de violencia la realidad y ya no voy con la misma libertad por ahí. Hasta tal punto me condiciona que, las últimas veces que he ido, no me he alejado ni un palmo de los caminos más anchos procurando ir, incluso, por los que veo transitados. El último día lo pasé fatal. Iba por una pista de tierra cuando coincidí con un motorista que iba más despacio de lo que yo interpreté que era normal y sin poderlo evitar, me puse en alerta. El corazón empezó a bombearme al triple de velocidad, saqué el móvil, cogí un tronco largo, localicé piedras grandes al borde del camino y... Nada, no pasó nada. El motorista siguió su camino pero yo estaba sudando, con una taquicardia que me ahogaba y agarrotada por la tensión. Volví a casa hecha polvo. Me parece una putada tener que tener miedo por ser mujer. Ese día, mi alter ego me miraba desde el sofá con cara de derrota como diciéndome: ¿tanto esfuerzo para esto?”.

    No suelo releerme. Corro el riesgo de salir malparada por esa autoexigencia no siempre bien amarrada que hace que no (me) lea, sino que (me) busque fallos en el texto o huellas-mellas personales entre las líneas de lo que escribí hace tantísimos años. Dieciséis, exactamente. Por esa resistencia a releer llevo algunas semanas sin sentarme a escribir un Fémur. De lo que me nacía escribir, no quería hacerlo. No quería volver a hacerlo. Y lo que escribía, no... De repente, volvía a tener pinchos la silla, como cuando estuve todo aquel tiempo sin escribir. En el libro del Fémur expliqué como estuve siete años sin escribir ‘por culpa’ de los pinchos que tenía mi silla, que era sentarme y eyectarme la silla en cualquier dirección. Estos días de incapacidad para sentarme a escribir he llegado a abrir tres documentos de Word diferentes con la idea de publicar, pero no me ha cuajado ninguno. Uno sobre la pulmosíntesis, un fenómeno respiratorio que me he inventado y que ya te contaré, otro sobre los campos akásicos, que no me he inventado, y que el corrector insiste en llamar ‘afásicos’ que, con otro ánimo, me hubiese dado para un Fémur-melonada de los que tanto me divierte escribir(te) de vez en cuando, y un tercero sobre marca personal y liderazgo político que inicié al ver las fotos publicadas de Pedro Sánchez en el avión llevando unas gafas de sol sobre las que imagino habrá saltado con los dos pies juntos para no volver a usar jamás. En los tres Words abiertos he llegado a esbozar un párrafo introductorio. No he pasado de ahí en ninguno. Al intentar hilar el tema en cualquiera de los tres, me levantaba de la silla y...

    He hecho panes de aceitunas, de nueces y de cúrcuma, he podado plantas hasta casi esquilmarlas, he nadado con y sin aletas como si cruzase el Estrecho de Bering, he caminado en círculos por mi barrio, he tomado más café del que mi organismo puede asimilar sin entrar en fallo renal, he leído libros como picotean los pájaros en un parque los restos de comida tras una merienda improvisada de quince personas, he sacado armarios de todos los tamaños, he amorcillado bolsas con ropa, y he lavado camisetas de manga corta, de tirantes, pantalones, camisas de verano.  Y cuatro pareos que no usaré. También he hecho croquetas de avena con perejil, pipas tostadas de calabaza y jengibre fresco para alimentar a un vecindario mientras escuchaba en bucle el Preludio No. 4 de Chopin. Y he escrito un listado minucioso de TODO lo que he de tener hecho para septiembre.

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    Así mismo, he limpiado con toallitas húmedas, que he tirado a la basura y no al wc, todos los cables del ordenador, que son blancos, y los he dejado like de chorros of oros, que podría chuparlos sin contraer la Escherichia coli. El teclado también lo he limpiado con toallitas. Tecla a tecla. Y con un bastoncillo de los oídos he limpiado los espacios inter-teclales. He estado tentada de ponerles el líquido blanco que se usa para las juntas del alicatado, pero no me ha hecho falta llegar a ese extremo. También me he pintado las uñas de los pies con un esmalte feísimo de color carne y no me preguntes por qué porque #NoMeAcuerdoMaricarmen en qué momento acabó el pintauñas en el carro de las numerosas compras que he ido realizando estos días en los que si no me faltaba un limón, me faltaba un aguacate o una caja de palillos para las aceitunas que tampoco tenía y que me obligaban a volver al super porque cualquier cosa era preferible a volver a conectarme al miedo, digo, al ordenador. ¿Qué más he hecho?... He molido café como si tuviese que levantar acta notarial sobre el proceso y he observado el paulatino decrecer de los granos, viendo cómo pasaban de medios cacahuetes chamuscados a gravilla y poco a poco a polvo fino, muy fino... Demasiado fino. Tan fino que el café sabía regulero. Moraleja: no hay que moler TANTO el café. Y me ha pasado una cosa muy curiosa: he empezado a escribir la tercera aventura de Empar para niñas y niños y he comprobado que no salen pinchos en la silla si abro el Word a la ficción. Y he podido escribir la primera escena sin ningún problema.  

    Ah, y he hecho guardia en una maceta de girasoles que planté en primavera y de la que están saliendo girasoles. Trece girasoles, trece. Al final, hoy, cuando me he visto de nuevo junto al tiesto, comparando la foto recién hecha con la foto de ayer, y enfadándome porque los sépalos aún no me dejaban ver los pétalos, me he dicho basta, escribe de lo que te nazca o entrarás en bucle en otros siete años sin juntar letras, que así es como dejaste de hacerlo o ya no te acuerdas de cuando dejaste de contactar con lo que te nacía escribir y te empeñabas en escribir de lo que se suponía que tenía que escribir alguien que se dedicaba a la escritura... Ha sido entonces cuando me he ido a la balda donde guardo los Fémures de El Mundo CV del 2000 al 2003 y he encontrado enseguida el artículo sobre el miedo que temía releer y que te he copiado y pegado al principio (no está digitalizado). Es de noviembre de 2002. Lo titulé en afirmativo: “Tengo miedo”. Dos palabras. ‘Tengo’, primera persona del presente de indicativo del verbo tener, irregular, transitivo y ligado al concepto de propiedad. ‘Miedo’, nombre masculino que significa angustia por un riesgo o daño real o imaginario. El miedo, la propiedad que tengo ligada. No hay sujeto en la afirmación. No puse el yo. No me puse en el yo. Me pregunto si hubiese sido demasiado ya, incluir el yo.

    El hecho de salirle interrogantes al titular es lo que me noquea. Se supone que yo debería de haber zanjado aquel miedo, ese miedo atávico de ser violentada por el único hecho de ser mujer. Se supone que alguien que se dedica a escribir de 'la vida' debería de avanzar y escribir de otras cosas, de otros temas, de otras emociones.... Se supone que, después de dieciséis años, yo ya no tendría que escribir sobre lo mismo, una y otra vez, que he releído textos del año 1998 hablando de espacios que deberíamos de tener ocupados YA plenamente, las mujeres. Sin embargo, ahí seguimos, teniendo el miedo. Teniendo esa propiedad que jamás hemos pedido tener nosotras. Y viendo ahora, con profunda tristeza, como las nuevas generaciones de mujeres ha heredado esa maldita propiedad, ese incómodo legado del que se supone deberíamos de haberlas librado como sociedad. No quería volver a escribir sobre el miedo después de años porque es agotador volver a ciertos lugares. No me extraña, pues, tantos días sin escribir... Me he acordado de un niño maravilloso que me preguntó, después de una actividad lectora y hablado de lo que cuesta escribir, si alguna vez me había rendido. Me lo preguntó mirándome fijamente y le contesté, sosteniéndole la intensa mirada, que sí, que me había rendido algunos días y que no pasaba nada por rendirse de vez en cuando porque, al día siguiente, me volvía a levantar a las siete de la mañana y volvía a escribir. El niño me dio las gracias por 'decirle la verdad' y yo le agradecí infinito la pregunta y la oportunidad de darle respuesta. Me he acordado de ese niño ahora y me doy cuenta de que me he rendido estos días, yo, que me lleno la boca diciendo que el miedo es una oportunidad de aprendizaje. No quería volver ahí. No quería ponerle nombre a la ansiedad con la que todavía ando de noche por el tramo que va del coche al ascensor en el garaje, después de tantos años y tantos textos. Quizás no quería preguntarme tantos años después, si tanto esfuerzo era para volver a sentir esto. 

    Aún no han salido los girasoles. Me maravilla ver esos tallos largos y finos subiendo hacia arriba sin doblarse, preparándose para sostener las flores cuando salgan, y noto como este Fémur se convierte en un girasol que se abre y que puedo ofrecerte finalmente después de días de silencio. Y de repente me entran ganas de tener millones de girasoles y de salir a la calle a regalarlos a todas las mujeres que tienen miedo, y prometerles que no dejaré de escribir sobre el miedo hasta que nos deshagamos de él y pueda añadir un NO al titular, sin interrogantes ya. Y volver al monte a pasear con ellas.

     

     

    13 responses to “¿Tengo miedo?

    1. Uuuffff. .. just aquesta setmana, vaig pensar el mateix, la por… Vaig anar a passejar al gos, per l’horta, a poqueta nit, perque sóc feliç cuan ho faig, però es va arrimar un cotxe, que no coneixia i vaig pegar a correr, como alma que lleva el diablo!!! I vaig pensar «merda, no hi ha dret, ho tenim que aconseguir, no podem viure sempre amb por»… Gràcies per este Fèmur, bonica <3

    2. Gràcies Fani. Moltes gràcies per encendre sempre una llum en la finestra, una llum en la oscuritat que ens ilumina com un far. Gràcies per fer que la teva llum trenque la oscuritat de la por.

    3. Personalmente me siento algo culpable por una vida de machista, y una desgraciada herencia de miedos e injusticia que vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos.

    4. Sempre sàvia, semore encertada. És l’única vegada que he desitjat no estar d’acord amb tu, però inevitablement ho estic. Per trobar solucions també cal buscar els camins mens transitats i que més por fan. Hi ha propietats que no les volem ni regalades. Una abraçada!

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