Te regalo tu nombre

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  • “¿Esto qué es?”, le pregunté. “Tu nombre en mi idioma”, me contestó, escrutando mi reacción. “¿Mi nombre?... ¿Has escrito mi nombre?”, volví a preguntar como una tonta. “Sí. Aquí pone Fani en mi idioma”, dijo, él, ya con una sonrisa amplia una vez supo que me había gustado. “Mi nombre en tu idioma”, repetí una vez más, cogiendo el papelito con los dedos como si cogiese un pajarito recién nacido que quisera aprender a volar. “¿Te puedo dar un abrazo?”, creo recordar que le pregunté. Lo que sí que recuerdo es ese abrazo. Y que fue él el pajarillo entre estos dos brazos larguiruchos míos entonces. Le pregunté su nombre y me lo dijo. Me lo hubiese comido a besos, pero una no se come a besos a un alumno de sexto de primaria de un colegio de un pueblo de Valencia dónde acaba de hacer un taller de fomento lector sobre un libro que ha escrito y que ese chico ha leído en valenciano, su segunda lengua aprendida desde que vino a vivir a España. Una no hace esas cosas, por muy conmovida que esté por dentro ante un inesperado gesto de sinceridad de un alumno al que acaba de hablar de literatura, de escritura, de amistad, de solidaridad y de conseguir sueños a base de esfuerzo, sin varitas mágicas, y con la ayuda de los demás. Una no espera ese feed-back. Una no espera ser nombrada en otro idioma y cobrar vida en esa otra lengua extraña y propia a la vez. Una no espera conmoverse de esa manera, pese a saber con la cabeza que esas cosas pasan y dan sentido a tanto esfuerzo por dar lo mejor de sí misma cada vez. Una no tendrá jamás palabras suficientes para agradecer un gesto de reconocimiento tan sincero. ¡Era tan pequeñito el papel y tan grande el regalo! 

    Eso fue hace dos años. Desde entonces guardo mi nombre escrito en su idioma como una joya preciosa. Me he acordado muchas veces de él. Esperaba verlo este año cuando volví al colegio, pero no estaba; me dijo su profesora, iba al Instituto ya. Impartí el taller y volví a disfrutar de un alumnado extraordinario, motivado, respetuosísimo, atento, colaborativo y muy, muy preguntón, de los que te fríen a cuestiones (lo que más me gusta, la verdad). Es uno de esos colegios que, para mí, representan la excelencia educativa pública, un lugar donde el respeto a la diversidad se vive como un enriquecimiento y la diferencia como un aprendizaje y un punto de encuentro. Antes de marcharme estuve hablando con la profesora que me había invitado y con la dirección del centro, y ahí fue cuando me quedé impactada con lo que escuché. En contra de la magnífica impresión que yo tenía respecto al colegio público, tras reiterarles mi admiración por lo que había constatado por segunda vez, me contaron que el colegio estaba perdiendo alumnado de manera preocupante, que había madres y padres del pueblo que estaban sacando a sus hijos e hijas de allí. Me explicaron que, esa diversidad en el alumnado no era bienvenida y que, como había tantos inmigrantes en las clases, preferían llevarlos a otros colegios del pueblo, donde sólo hubiesen personas locales. 

    No los juzgaré, no es ese el objeto de este texto, sé que no es fácil ser padre o madre y tomar decisiones de futuro cuando no se conoce ese tiempo verbal... Es que me roe la reflexión desde entonces y aquí la traigo esta semana cuando volverán a llenarse las aulas. Son padres y madres que no quieren que sus hijos o hijas compartan pupitre con inmigrantes como el que me regaló mi nombre en su idioma y que tenía un expediente académico impecable. Inmigrantes como él, que ayuda en todo lo que puede en clase y en casa, que lleva siempre hechos los deberes, que aprueba todos los exámenes y que se brinda siempre a colaborar en la clase. Inmigrantes como él, que escuchan atentamente y no interrumpen antes de hablar. Inmigrantes como él, que dice que estudiar es lo más importante de su vida y que quiere enseñar, "como su profesora", cuando sea mayor y quedarse en ese pueblo de Valencia para ayudar a personas "que no tengan dinero para que puedan vivir mejor". ¿Con inmigrantes como él no quieren que se junten sus hijas y sus hijos?...  

    Me grapa el hígado que se estigmatice a un colegio público, con un proyencto educativo basado en el respeto a la diversidad, porque el alumnado esté compuesto en un alto porcentaje de ‘inmigrantes’. Me entristece mucho, mucho, muchísimo que haya ‘locales’ que busquen ir con ‘locales’ y que rechacen así el contacto con niños y niñas de otras culturas, y que vivan esas infancias como amenazas y no como oportunidades de enriquecimiento. Me da rabia que esos hijos e hijas apartados de colegios como el que describo se pierdan compañeros como él, a quien elijo no nombrar para protegerlo de miradas incómodas y que sabe que es el protagonista de este Fémur. Lo sabe porque he vuelto a verlo este verano y he podido hablar con él y con su familia; gracias a su profesora, que lo adora. Lo sabe porque le dije que quería que se supiese que hay alumnos como él, tan nobles de corazón. Aún recuerdo la dulzura de este chico y la amabilidad de su familia contándome el complicadísimo relato familiar de supervivencia y viaje desde su país de origen hasta conseguir techo estable aquí. Recuerdo como hacía de traductor cuando había algo que no entendía su familia. Recuerdo con nitidez la gratitud mútua del encuentro al despedirnos en el colegio. Recuerdo la mirada de orgullo de su profesora. Y a la rabia inicial del párrafo se une, ahora que escribo, la tristeza; porque cambiando de colegio a sus hijos e hijas se pierden el contacto con un alumnado que se deja la piel en las aulas por encajar, tras alguna vuelta complicada por el mundo. Se pierden compañeros y compañeras de pupitre que se esfuerzan el triple porque saben que sólo la educación les abrirá puertas aquí donde han llegado. Se pierden estudiar con niñas (las he visto) que llegan hablando ruso, árabe o esloveno y que aprueban exámenes en castellano y valenciano en tiempo récord. Se pierden, tienen que saberlo, que sus hijos e hijas vivan La Realidad con mayúsculas porque La Realidad es diversa y la diversidad ha venido para quedarse. 

    Alumnado así es al que dan la espalda. Cuando se hable de rechazo a personas de otros países, habrá que considerar también este punto de fuga: el de quienes apartaron y fueron apartados de la diversidad cultural con la excusa de una educación mejor. Con esa decisión se pierden, además, ser nombrados en otro idioma y existir en ese otro idioma. Y la posibilidad de nombrar a esas otras personas y darles cabida en su léxico, que es lo mismo que darles cabida en su vida. Lo que no se nombra no existe. Y eso, en mi opinión, es una gran pérdida. Gracias, “A” por nombrarme. Cuando seas mayor de edad te nombraré yo a tí. Así hemos quedado. Un abrazo. 

    4 responses to “Te regalo tu nombre

    1. Es muy muy real lo que aquí escribes, soy maestra, mi primer año que no voy a la escuela desde hace 41 , y he vivido esta experiencia con un niño libio, y es inexplicable la sensación tan especial que vivimos en el aula aquel curso. Gracias por exponer una realidad palpable en muchas escuelas

    2. ¡Cuanta razón tienes! Me encanta esa forma de ser tuya, una lucha constante por lo que merece la pena, por lo justo.
      Estoy totalmente de acuerdo contigo. La diversidad es riqueza. Lo diferente debería despertar la curiosidad innata del ser humano por conocer, comprender y compartir. Pero hay muchos «trogloditas» que ciegan esos sentidos a su prole.
      ¡Más gente como tú!
      Gracias.

    3. La diversidad es necesaria, en la naturaleza, en la sociedad y en la cultura en general. Sin la riqueza resultante de la confluencia de diferentes puntos de origen nada sería posible hoy (y siempre); las personas crecen, se forman y maduran gracias a los aportes de los demás, cuanto más diversos mejor. Gracia Fani por recordarlo.

    Responder a Cristian Serrano Galdón Cancelar la respuesta

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