Primavera con tres esquinas rotas

  • WhatsApp
  • ✍🏽 Firma invitadaAmparo

    Amparo Iraola
    Médico de familia y oncóloga 

     

     

     

     

    “A la vida le falta el espacio de una grieta para renacer” 

    “Nos salvaremos por los afectos” 

    E. Sábato. La resistencia

     

    La salud: la primera esquina. 

    Quizá nunca antes, jóvenes y ancianos, fuimos tan conscientes de nuestra propia fragilidad. Nos habíamos hecho ilusiones con llegar a vivir mucho, quizá por siempre. O aunque asumíamos que no podríamos vivir por siempre ( todavía la ciencia no lo garantizaba, pero puede que en un futuro no muy lejano…) no cabía en nuestra cabeza que una infección pudiera sernos letal. 

    Una infección es de esas cosas que les pasan a otros y en otros lugares. Lejos, preferiblemente. 

    Y cuando ya empezábamos asumir que quizá si era posible que una simple infección vírica fuera letal, aún nos protegíamos pensando que lo peor lo tenían que pasar los ancianos y quizá nos justificábamos diciendo que a fin de cuentas, por pura ley de vida, era lo justo: se tenían que marchar ellos antes. 

    Quizá ese “antes” si. Cualquiera de ellos daría su vida por la supervivencia de sus generaciones más jóvenes. Quizá aceptaban y aceptan ese “ser ellos los primeros en abandonar el barco”. Lo que es más difícil de asumir es el cómo. 

    Y el espejo de nuestra sociedad nos devolvió la imagen de unas residencias que hacen lo que pueden en condiciones que quizá muy poco querríamos para nosotros mismos. Y ahí ya empezó a escocer este tema. Y nos dimos cuenta que escocía mucho. 

    Entendimos que la muerte no nos distingue por edades, territorios ni ideologías. 

    Que se puede pelear mucho por parte de quienes nos intentan sacar adelante y aún así, jóvenes y ancianos, podemos morir. 

    Que puestos a mirar la muerte de frente, ya sin caretas, es cruel pensar en morir solo, confinado, aislado. Morir como “a escondidas” en definitiva. Y a escondidas, si hay suerte (que quizá llegue el ritmo de esta epidemia a un punto de no poder haberla),que puedan despedirse de ti tus familiares. Lo cual equivale a decir que parte de la huella indeleble de esta epidemia quedará en la memoria de quienes no pudieron elaborar el duelo en condiciones. 

    Los que tenemos que proteger la salud nunca antes habíamos tenido que estudiar tan a contrarreloj temas que nos son totalmente ajenos. Nunca antes pensé que tendría que entender de respiradores, filtros, mascarillas, batas, signos radiológicos de distrés respiratorio, antirretrovirales… Nunca antes tuvo tanta importancia la medicina paliativa urgente y express. Cursos acelerados en uno y otro sentido es lo que estamos haciendo la mayoría de clínicos que atendemos pacientes estos días. Faltan horas al día para poder estudiar y estudiar todo lo que nos llega. Y aún así, menos mal que tenemos esa válvula de escape. Estudiar para poder aplicar lo estudiado cada día, en cada batalla diferente que libramos. Estudiar para evitar la frustración de no poder hacer más. Estudiar por responsabilidad hacia quienes tratamos.

    Nunca antes estuvimos tan unidos en la salud y frente a la enfermedad. 

    Todos a una. 

    Si lo pensamos, cuando somos conscientes de ello, nos rompemos por dentro porque no podemos contener la emoción; así de frágiles somos y estamos también nosotros.  Y lloramos juntos y en silencio nuestra pena por la situación, el agotamiento extremo, y la sensación de desbordamiento generalizado, y juntos celebramos las pequeñas victorias del día a día, como cada paciente que se puede desconectar del respirador en la UCI, aunque esta UCI esté lejos físicamente de nuestro entorno, aunque nuestro campo de trabajo nada tenga que ver con ella. 

    Juntos como nunca lo habíamos estado. 

    Juntos en una situación desconocida para todos. 

    Juntos en el miedo. Juntos en la esperanza. Juntos en el trabajo. En definitiva, juntos. 

     

    El mundo que conocíamos: la segunda esquina. 

    Si pensamos alguna vez que el mundo que conocíamos se rompería con balas y fuego, nos equivocamos. Se modificó en su día con aviones que chocaron contra torres altísimas, con explosivos puestos en trenes, con camiones rodando a un ritmo desbocado, con puñales… 

    Ni siquiera eso fue suficiente para alterar mucho-mucho nuestro primer mundo. La guerra es demasiado cara, como decía un amigo mío, de ahí que mejor hechos impactantes para hacernos temblar un poco. Pero sólo un poco. Un par de días de shock y a otra cosa, que la vida sigue. 

    Pero encadena una crisis económica con una crisis sanitaria y verás qué pasa: todo saltará por los aires. 

    Se avecinan tiempos nuevos. Tiempos desconocidos que no sabremos qué nos depararán. 

    Si no fuera porque estar en la trinchera blanca de mascarillas y equipos EPI no deja mucho tiempo para pensar, me aterraría pensando en manos de quien estamos para superar esta crisis mundial. Veo demasiada mediocridad para hacer frente a algo tan enorme como esto. Mediocridad y muchos intereses contrapuestos. 

    De nuevo, me siento como aquellos soldados de la IGM que luchaban cuerpo a cuerpo mientras sus superiores tomaban el te en la retaguardia y dirigían destinos como si se tratara de un partida de ajedrez…

    Siento más inquietud por ese hecho, que por aquello que el coronavirus nos pueda arrebatar. A fin de cuentas el mundo que dejemos hoy, será el que hereden nuestros hijos.

     

    El orden de nuestras prioridades, la tercera esquina. 

    Nunca antes nos hizo tanta falta tocarnos, sentir al otro cerca, como ahora que se nos pide que guardemos la distancia de seguridad reglamentaria. 

    Quizá nunca antes estuvimos tan unidos y tan próximos como ahora, confinados cada cual en sus casas y separados por la distancia reglamentaria. 

    La mayoría echamos de menos abrazar a nuestras familias, especialmente a nuestros mayores. También a nuestros amigos. Soñamos con el momento de poder volver a salir y sentarnos en una terraza al sol a brindar por la vida. Reír juntos, tocándonos, abrazándonos sin miedo. Disfrutando de atardeceres al aire libre, de paseos por playas y bosques. 

    Tantas cosas como hemos tenido siempre y apenas reparábamos en ellas. La felicidad de las cosas cotidianas, de las gentes cotidianas, de nuestra rutina que hoy vemos truncada. 

    Me pregunto durante cuánto tiempo saborearemos esas cosas cuando podamos volver a hacerlas. ¿En qué proporción cambiaran nuestros valores tras todo esto? ¿Cuantas veces volveremos a abrazar a nuestros mayores sin rechistar, dedicándoles algo del tiempo libre que nos será devuelto cuando pase esta crisis inaudita?

     ¿Cuanto nos durará la solidaridad? 

    ¿Cuantos nos replegaremos de nuevo en nuestras vidas anónimas y volveremos a no ver, a no sentir, a no pensar en nuestros vecinos de reclusión?

    ¿Cuantos de nosotros, sanitarios, volveremos al ostracismo (hostil muchas veces) de nuestras especialidades? 

    ¿Cuanto tiempo recordaremos que hubo un tiempo en que explotó todo, se nos alteró todo el orden de las cosas y nos tocó trabajar a destajo unidos?

    ¿Servirá todo esto para hacernos cambiar?. 

    ¿O volveremos a nuestro mundo hiperconsumidor, individualista, narcisista, egoísta y ultrarrápido?...

     

    La esperanza: La esquina irrompible. 

    Se llega a un punto en que no hay más que la esperanza 

    y entonces descubrimos que aún lo tenemos todo”. 

    José Saramago. 

    Estos días de paso acelerado hacia el trabajo con un nudo enorme en el estómago por compañía, paso por calles de mi barrio que están empapeladas con anuncios de gente ofreciéndose a ayudar a ancianos que viven solos o personas enfermas que no pueden bajar a comprar. 

    En redes sociales hay gente que se ofrece a cocinar para otros. Médicos que se ofrecen a hacer de consultores de pacientes anónimos que tienen dudas y no pueden contactar con sus equipos sanitarios porque estos están colapsados.  Ingenieros y fabricantes que ponen a disposición sus recursos y su ingenio y conocimiento para hacernos llegar batas, mascarillas y mascaras aislantes. 

    Gente que cada día sale a las 20:00h y se deja las palmas de las manos en aplaudir. 

    Gente que sigue trabajando para que a nadie le falte lo mas básico para vivir. Gente que nos regala su música, su voz recitando poesía o sus libros para mantenernos entretenidos. 

    Gente que literalmente no para, para que la información llegue puntual y veraz. 

    Gente anónima. Gente unida. Gente resistente y resilente. Gente amiga. Gente buena. Buena gente que intenta reconfortar a otra gente en la distancia. 

    La esperanza anda puesta en esa gente, en esas personas que nos hacen más grandes, más humanos. 

    La esperanza por tanto no está puesta en un hecho o en una cosa material y por lo tanto, la esperanza quiero pensar que es una esquina, un pilar fundamental, que es irrompible. 

    La esperanza somos nosotros. Cada uno de nosotros. La esperanza está en nosotros. 

    La esperanza por mantener la salud, la esperanza por cuidar y cuidarnos, la esperanza de mantener lo bueno que había en el mundo que conocimos y de cambiar aquello que no nos gustaba. Si lo pensamos bien, no siempre se tiene la oportunidad de parar, poner en una balanza nuestro orden de prioridades y cambiarlo a voluntad según el aprendizaje que os ha dado la vida. 

    La esperanza es pues lo único que tenemos de verdad estos días tan raros, tan extraños, tan descorazonadores a veces. La esperanza es lo único que tenemos y cuando seamos conscientes de ello, nos daremos cuenta de que con ella, lo tenemos todo. 

    Lo seguimos teniendo todo. 

     

     

    Y ahora, si has llegado hasta aquí, hazme un favor y deja que el tiempo se pare. 

    Escucha esta música que cierra el texto y respira, simplemente respira. 

     

     

    9 responses to “Primavera con tres esquinas rotas

    1. Muchísimas gracias por la claridad expositiva, y centrar el problema, en nosotros mismos, pero sobre todo en los seres queridos y también en los menos queridos. El futuro, mejorado y solidario lo vamos a alcanzar, lo vais a alcanzar. Recibe un abrazo emocionado

    2. Qué maravillosa reflexión Amparo. Cuántas preguntas debemos hacernos y cuantos objetivos y decisiones, por pequeños que sean, debemos empezar a poner en marcha y, sobre todo, cuánta esperanza!!! Sin ella, seria difícil seguir adelante en muchos casos. Gracias por tu escrito, por tu toque de atención, por ser generosa y compartirlo. Y gracias por tu elección musical que ayuda a estas reflexiones. En el ámbito profesional solo puedo romperme las manos de aplaudir como muestra de agradecimiento a esos colectivos que están trabajando tan duramente por todos nosotros y muy especialmente a ti. Con mi cariño.

    3. Magistral!. En verdad «la esperanza! Es y será ese tronco que como balsa nos llevará a la otra orilla, a la orilla humanizadora, no podemos dejarla perder.

      Qué maravillosa reflexión!. Un fraternísimo abrazo.

    Responder a Pilar Mayordomo Cancelar la respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *