Mila

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  • "Mami, soy una chica, ¿qué no lo ves?". El día que mi hijo me dijo esto mirándome fijamente a los ojos todo serio, con esos preciosos ojos azules redondos abiertos como dos lunas, algo por dentro me hizo clic. Tenía cuatro años entonces. Era la Noche de Reyes. Me dio un abrazo muy fuerte y añadió: "Voy a dormir ya o los Reyes no me traerán el vestido de hada y la varita mágica para hacer magia y que me desaparezca la pilila." Se me rompió el corazón. Yo ya lo sabía... Sabía que había parido una hija, no un hijo. Y mi marido también. No nos lo habíamos dicho nunca, pero nos lo habíamos visto el uno al otro en los ojos cuando lo mirábamos como buscaba las muñecas de la hermana, y cuando se ponía sus diademas, o cogía mis zapatos de tacón y gritaba ‘Nadia’ delante del espejo. Los dos lo sabíamos, pero no habíamos hecho nunca nada con esa certeza, pensábamos que se le pasaría tarde o temprano, que sólo sería una temporada, una fase en el crecimiento, o en su incansable búsqueda de estímulos. Siempre había sido tan curioso, desde pequeño... Todo le llamaba la atención: la música que sonaba, la radio, el sonido de la calle, las conversaciones de los mayores, que seguía cómo si fuera un árbitro de tenis, mirando a quien hablaba cada vez, con los ojos redondos como lunas, igual de abiertos que la noche aquella que me dijo lo de los Reyes Magos.

    Me quedé a su lado hasta que se durmió, hasta que el pecho subió y bajó tranquilo en esa respiración profunda del sueño profundo de los niños que van a la cama como si fueran al lugar donde se les cumplen los sueños cada noche. Cierran los ojos confiados, convencidos de que sólo hay que pedirlos, los sueños, que se les cumplen al despertar. No sé ni cuánto tiempo estuve allí escuchando como respiraba, y yo respirando con él. Recuerdo como, hubo un momento, que noté como una oleada caliente que subía por los tobillos, por las rodillas, por las caderas, por la misma barriga donde había tenido aquella criatura nueve meses... Era un calor seco que no me ahogaba, como si estuviera ante un fuego encendido y acogedor. Recuerdo como miraba a mi hijo dormido, parecía un espejismo entre llamas temblorosas... De repente, sin avisar, como si se rompiera la compuerta de una presa, me brotaron dos chorros de lágrimas de los ojos como si llevara una vida entera sin llorar... Dejé que salieren, que me mojaran toda, no me resistí, todo lo contrario, me hacía bien llorar así. Y sin darme cuenta empecé a decir en voz bajita, como si fuera una plegaria, hija mía, hija mía, hija mía, hija mía, hija mía, hija mía, hija mía...

    Mi marido entró a la habitación y no hizo falta que le explicara nada. Él también lo sabía, sabía todo lo que no le había explicado. Fue como si, de repente, se hubiese deshecho un nudo y hubiera caído un velo que tapaba otra estancia de nuestras vidas. Sin decir nada, fue al ordenador, y estuvo allí un buen rato. Yo me había hecho un té verde con miel de romero. Escuché la impresora desde la cocina y pensé, estará haciendo los carteles. Xavier es diseñador gráfico y esos días tenía unos encargos que entregar. Al rato, vino a la cocina, sonriendo, con una caja alargada, como esas tan bonitas que se envían con una rosa dentro. La abrió y en el interior había una varita mágica con una estrella de diez puntas, en cada puntita había una letra: A-U-T-O-E-S-T-I-M-A. Y anudada a la varita, Xavier había pegado un pergamino donde explicaba que los Reyes Magos le habían dejado la mejor varita mágica del mundo, una que hacía magia de verdad y para siempre, sin pilas ni enchufes, una magia preciosa que conseguía que las personas fueran felices y se amasen como fuesen. Después, Xavier me preguntó si quedaba te, y yo le dije que sí, que había un poquito más para él en la tetera. Se puso un té con miel de espliego -en casa siempre tenemos dos o tres tipos de miel- y se sentó a mi lado. Nos tomamos el té en silencio, cogidos de la mano, mirando la varita mágica que estaba dentro de la maravillosa caja, donde había una etiqueta que llevaba escrito: “Para Nadia”.

    Mañana llamaré a la escritora que se ha puesto en contacto conmigo esta mañana y que está escribiendo un libro sobre chicos y chicas trans. Me ha pillado en frío y le he dicho que prefería que no nos entrevistara, pero he pensado que sí, que le contaremos esta historia. He hablado con Xavier y queremos que se sepa lo importante que es amar incondicionalmente a estos niños y niñas desde que dicen qué son. Y que lo dicen porque es verdad, es su verdad. Y que nosotros no tenemos que hacer como si no escuchásemos esa verdad  suya, tan enorme. Además, quiero que todo el mundo sepa que esto no es un problema para las familias, que las familias aprendemos muchos de estos niños y niñas. Xavier y yo siempre decimos que queremos un mundo seguro para cuando nuestra hija Nadia vaya al Instituto. A ver ahora, donde he guardado el número y le envío un WhatsApp. Cómo era el nombre?... No sé qué Grande.

    "Mila" es una de las 8 voces de ficción que habitan Jo sóc així i això no és un problema (aún no está traducido al castellano) y que acompañan a otras tantas voces de personas reales, valientes y comprometidas, que dejan tras de sí una estela de coherencia sobre la que otras vidas quizás transiten más seguras.
    El pasado miércoles se celebró el Día Internacional Contra la #LGTBIFobia, un 'mal' que se cura poniéndose las gafas de la diversidad y de la empatía y mirando a las personas a los ojos. Y descubrir en su mirada la nuestra. Eso es todo.

     

     

     

     

     

     

    7 responses to “Mila

    1. Hola. Me ha gustado mucho el modo de enfocar una situación tan compleja y al mismo tiempo tan sencilla, si, como dices, se aborda desde la empatía y mirando desde el corazón. El sexo sentido es un buen docunental que trata el tránsito de algunos niños y niñas.

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