La transfobia mata

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  • Cuando pregunto al alumnado de la ESO a quién piden permiso para ser cuando se levantan por la mañana, me miran como diciendo; qué dice ésta ahora... ¿Permiso?... Sí... A quién pedís permiso, insisto. No para vestirte, o desayunar, no para ir en bus. No, permiso para ser tú. Permiso para ser José, Ana, Eva, Miguel... Ah, contestan... A nadie, no pedimos permiso a nadie. Pasado el desconcierto inicial, lxs invito a jugar al juego de la empatía que consiste en cerrar los ojos, poner una mano a la altura del abdomen y respirar unos minutos. Luego lxs invito a bajar la mano hacia sus genitales y que imaginen un pene dónde tienen una vagina, aquellas que tienen vagina. Y quienes tienen el tórax llano, les invito subir la mano y que sientan dos pechos crecidos. Algunxs abren los ojos en ese punto... Hay risas, movimientos incómodos en las sillas, hay codazos, miradas cruzadas de alucine... Sé que produce extrañeza. De eso se trata... Insisto en lo de la respiración y en que solo es un juego que dura unos minutos, apenas cinco... Lxs que han jugado abren los ojos con una expresión diferente, realmente perciben que han sentido esa extrañeza, una incomodidad, cierta sorpresa, algo parecido a sentirse en otra piel. En ese momento, y aunque seán pocas personas las que han jugado, sé que, lo que comparta con ellxs después, va a ser escuchado de otro modo y comprendido desde otro lugar. Les explico entonces cómo las personas trans de su misma edad tienen que pedir permiso al sistema todas las puñeteras mañanas para ser ellxs mismxs. Y cómo, para algunxs, ese abrir los ojos cada mañana y amanecer a sus cuerpos, supone una primera incomodidad, o problemón, que han de aprender a gestionar, si quieren acceder al resto del día.

    El sistema al que ha de pedir permiso para ser una persona trans es un sistema binario, cisexual y heteronormativo con dos casillas rellenables: hombre o mujer. Hombre o mujer reconocible a primera vista para que se te pueda etiquetar, normalizar y sistematizar. Eso deja fuera cualquier otra identidad, cualquier otra posibilidad de ser. Eso, en este momento, deja fuera a personas que tienen derecho a ser sin tener que pedir permiso, sin luchar por ser cada mañana. Nadie debería de luchar por ser. Esa lucha por ser es un esfuerzo añadido, un parche, una carga extra. Un peaje que las personas cisexuales no pagarémos jamás. “Si ya es compleja la vida, imagina que tienes que lidiar cada día con tu cuerpo”, decía Alec Casanova explicándome su proceso. “La vergüenza que he pasado cada vez que he ido al médico y han dicho un nombre que no era mi nombre y tenía que cruzar toda la sala”, ha contado Guillem Montoro, que ‘sólo’ ha tardado cuatro años hasta conseguir un DNI acorde con su identidad (Guillem acaba de recoger en este momento su nuevo DNI #EnhorabonaGuillem). “Gracias por no preguntarme por lo que tengo entre las piernas”, fue algo que me dijo Carlos Nacher y que me dejó K.O. porque me pregunto muchas veces cuántas personas se creerán con derecho a abordar los cuerpos de las personas trans y a preguntar por su intimidad como quien pregunta la hora o dónde está una calle... Viven situaciones realmente incompatibles con el sentido común: Salir a cenar y pagar con la tarjeta de crédito y tener que dar un montón de explicaciones antes de firmar, o rellenar un impreso cualquiera de cualquier oficina... Entrar en un WC con miedo a recibir miradas de desaprobación... Pasar el trago de ser Alicia y llamarte José en tu DNI cuando pides una beca... Gestionar tu ser masculino con un cuerpo que menstrua, o tu ser femenino con unos genitales que te provocan una incomodidad indescriptible y que quieres aprender a aceptar pero sabes que aún queda mucho tiempo para ese día... O ser tratadx como enfermx porque eso que te pasa a ti es que no estás bien y háztelo mirar... O ser escrutado a diario en tu nueva manera de vestir cuando inicias los pequeños cambios en tu forma de expresar tu identidad... Una identidad sobre la que todo el mundo se cree con derecho a opinar... O sentir en tu cogote el aliento de la duda acerca de tu ser, sabiendo que están preguntándose en el fondo si será pasajero y se te pasará la ‘volada’, y volverás a ser el/la hijx que eras... Y que, quizás, sea eso por lo que todavía te llaman por el nombre que ya no te representa hace tiempo, pero al que se aferran porque nombrarte significa cruzar una frontera que ellos también temen traspasar.

    Esa es exactamente la realidad que lxs menores trans han de gestionar cada mañana, antes de ir a los institutos... Ese es su día a día. Ese es su ser. Esa es su vida... Una vida que se torna extremadamente compleja en ocasiones, como han explicado en Chrysallis este viernes, tras saber que Ekai, de 16 años, “lxs había dejado”, cuando publicaron este texto del que reproduzco un párrafo y que puedes leer íntegro en este enlace: “Cuando se acumulan las dificultades y vence la desesperanza puede parecer que quedan pocas opciones. Nos queda la sensación de fracaso, de no haber estado a la altura, de no haber sabido adelantarnos a los acontecimientos. Nos queda la rabia y una tremenda impotencia, pero también la necesidad de seguir luchando. Detrás queda la colección de quejas ante el Hospital de Cruces, las preguntas incomodas y los ítems que no se cumplen. Detrás queda una familia destrozada. Detrás quedan los anhelos de un gran artista y una vida frustrada. No podemos evitar que vengan a la mente esas insistentes propuestas paternalistas en las que se cuestionan las realidades trans, la necesidades, las edades y las vidas de personas que son ajenas y no precisan de autorización para vivirlas. Esas personas que desde su pedestal se atreven a restringir las libertades, a retrasar el reconocimiento legal, un tratamiento hormonal o que la documentación refleje las verdaderas identidades. Deseamos que descansen sobre sus espaldas nuestros sufrimientos y ausencias, y que algún día, no muy lejano, respondan por su irresponsabilidad”.

    ¿Derecho a la identidad?... Más que eso. “Es el derecho a la autonomía personal y a un proyecto de vida propio, digno”. No lo digo yo. Me lo dijo el fundador del Instituto de Derechos Humanos de Valencia en el encuentro que mantuvimos hará ahora un año del que aún recuerdo frases enteras: "La voluntad de no reconocer al otro como ser humano es más grave que el odio". Ahora te propongo un juego a ti. El Juego de la Vida Digna. Se trata de escribir en un papel qué es para ti una vida digna... Pues eso es por lo que están luchando cada día las personas trans.

     

     

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