La cosedad

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  • A ver si lo entiendo: hay un Presidente de Gobierno en La Moncloa, de profesión registrador de la propiedad, que ha gobernado de posaderas a la ciudadanía durante toda la legislatura. La misma ciudadanía que acaba de declarar, vía cocina del CIS, su intención de regalarle de nuevo el triunfo electoral en grado indefinido (mayoría simple, gobierno en coalición...). A su vez, este mismo ser humano político, de profesión arriba mencionada, ha ejercido la mayoría absoluta frente a los líderes de la oposición y líderes políticos emergentes con el mismo esmero demostrado con la ciudadanía, y que podríamos calificar de esmero-cero sin entrar en contradicción con lo dicho hasta aquí. Fiel a esta obtusa predisposición hacia los ‘otros’, entendiendo ‘otros’ aquí como sus adversarios políticos (a otros ‘otros’ bien que los mima, vease Wert en París), el Presidente ha gobernado desde la cosez, un estado dentro del nuevo arco nomenclamentario de la cosedad, una forma de hacer política que sólo él sabe cómo funciona y que muchos en su partido sufren hace tiempo en modo Hemoal. De la cosez sólo se conoce que provoca un exiguo interés por la realidad, sea ésta animal o planta.
     
    En este contexto me llama la atención que esos ‘otros’ con los que no había contado, a quienes jamás llamó para consensuar la reforma laboral, ni la educativa, ni los recortes a la dependencia, ni el copago sanitario... Ni a quienes consultó cuando intentó reformar la ley del aborto... Ni cuando aprobó un Decreto de medidas urgentes para reducir el déficit. Ni cuando recortó el gasto público en 9.000 millones de euros, o congeló el sueldo de los funcionarios y el salario mínimo, ni cuando subió el IVA, ni cuando aprobó la Ley Mordaza... Nunca antes contó con ellos, y hasta los llamó ‘radicales de izquierda’, ‘productos televisivos’, o ‘populistas’. Justo ahora los ha llamado para buscar puntos en común frente al ‘desafío independentista’. Un binomio que usa para etiquetar algo que debería definir como: ‘Lo he podido hacer peor, pero me ha resultado imposible y, cómo no sé empeorarlo más yo solo, prefiero empeorarlo en compañía’. Lo curioso es que todos hayan acudido a esta llamada, sin ponerle un pero ni pedirle cuentas, y sin tener el Presidente que moverse de su sitio, que es lo que más le gusta: el inmovilismo.
     
    Todo amparado con una sonrisa presidencial en forma de puente tendido que asusta por pétrea, fruto de la incapacidad más que de la necesidad, que sería más entendible y hasta digno en este momentos. Lo que busca Rajoy en esta vertiginosa cuenta atrás que nos están calzando, debería haberlo gestionado bien hace tiempo si, en lugar de la cosedad para gobernar, hubiese elegido lo que ahora pide a los demás: el diálogo. No, no entiendo como aún goza de tanta confianza.
     
     

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